La miseria de la política (II)

Carlos Salvador La Rosa - mfiore@losandes.com

En la primera parte de esta nota, la semana pasada, enfatizamos en el gran atributo que debe tener el político para no ser miserable: la de poner el interés común por encima del propio, cosa que hoy es cada vez menos frecuente, o al menos -debido a las nuevas tecnologías- la impostura es más fácil  de descubrir.

Veamos ahora las cualidades esenciales que debe tener un político -hoy, mañana y siempre- para honrar su profesión. Que tienen que ver tanto con el talento como con los valores. Porque no basta la convicción (atributo  intelectual) ni la eficiencia (atributo técnico), sino que en su persona deben sumarse ambas.

Es que por más que digan lo contrario, el político no se hace sino que nace. Sólo podrá hacerse mejor quien ha nacido para ello. Por eso esta columna no forma parte de ningún manual de hacer políticos, sino para detectar quién lo es y quién no lo es, aunque trabaje como tal.
 
1) Orden. El atributo esencial, primero y fundamental de todo político lo define Ortega y Gasset en ese pequeño opúsculo llamado "Mirabeau o el político", donde está casi todo lo que se debe saber del político ideal. Allí afirma: "Mirabeau era un organizador nato. Donde llegaba ponía orden, síntoma supremo del gran político. Ponía orden en el buen sentido de la palabra, que excluye como ingredientes normales policía y bayonetas. Orden no es una presión que desde afuera se ejerce sobre la sociedad, sino un equilibrio que se suscita en su interior".

Con la palabra orden, lo que Ortega quiere decir es en realidad autoridad, vale decir la organización que viene de adentro, de los valores internos del político y no la coacción exterior que viene de la represión.

En los prejuicios políticos de ciertas versiones populistas autodenominadas de izquierda se considera que la palabra orden es de derecha cuando en realidad tanto Lenin como Churchill buscaban poner orden en el desorden. La condición mínima, básica, para ejercer el poder.

2) Unidad. La segunda gran característica si ne qua non que ubica Ortega es la de la búsqueda frenética y permanente de la unidad, o aún más: "La politica de Mirabeau como toda auténtica política, postula la unidad de los contrarios".

No unidad por sí sola, sino mucho más: unidad de los contrarios. Nada que ver con la postulación intelectualoide que ha dominado últimamente por estos pagos, de que el político debe propiciar el conflicto, para dividir a los buenos de los malos. Concepción antipolítica si las hay. Porque si bien el político debe administrar el conflicto, que es lo que más existe en la realidad y lo que más tiende a reproducirse, la excepcionalidad del político es que a través de la construcción del orden lo que quiere es encontrar esa cosa tan dificultosa que es la unidad. La unidad a veces puede ser el acuerdo en todo lo que sea posible acordar, pero cuando ello no es  posible, el político construye la ciudad, la organización, el sistema donde sea posible que los opuestos vivan sin destruirse entre sí. O sea, el político vive siempre en el centro de los conflictos, debe conocerlos y administrarlos como nadie, pero su propensión final no es el conflicto sino construir la unidad tratando de eliminar en todo lo que sea posible al conflicto.

3) El Estado y la Nación. La tercera gran enseñanza que nos deja Ortega es cuando asegura que: "Política es tener una idea clara de lo que se debe hacer desde el Estado en una Nación. El Estado no es más que una máquina situada dentro de la Nación para servir a ésta. Un Estado es perfecto cuando, concediéndose a sí mismo el mínimun de ventajas imprescindibles, contribuye a aumentar la vitalidad de los ciudadanos".

Eso es todo lo contrario de lo que afirma el ensayista Ricardo Estevez cuando dice de la Argentina que "el Estado...es hoy un mastodonte amorfo e inoperante que succiona tantos recursos de la comunidad que le impide a ésta desarrollarse".

Esta es otra nota esencial y sobre todo distintiva del buen político, porque el lugar desde donde actúa es el Estado, pero aquello en lo que más debe pensar es en la Nación, Sino destruye la Nación desde el Estado.

Un buen empresario es el que piensa primero en su empresa, el lugar donde trabaja, pero el político jamás puede ser como el empresario: debe pensar primero en el lugar de todos y poner el lugar donde trabaja al servicio del bien común de toda la sociedad. Casi exactamente lo contrario de lo que venimos viviendo donde el Estado, cada vez más grande e inútil, se sirve a sí mismo sirviéndose de los demás a través de la inevitable corrupción a lo que lleva pensar más en el Estado que en la Nación.

4) Pasión, responsabilidad y mesura. En su extraordinario ensayo sobre "El Político y el Científico", Max Weber definió lo que considera las cualidades definitivamente esenciales para un político, que a fin de la brevedad, sintetizamos así.

a) Pasión (entrega a una causa)

b) Sentido de la responsabilidad (irresponsabilidad es gozar del poder sin tener en cuenta su finalidad).

c) Mesura (capacidad para dejar que la realidad actúe sobre uno sin perder ni el recogimiento ni la tranquilidad).

Y luchar contra los dos más grandes males que suelen enfermar al político:

a) La vanidad (el mal más trivial y demasiado humano, enemigo mortal de toda entrega a una causa y de toda mesura).

b) Nunca jamás quebrarse. En palabras del mismo Weber: "Solo quien está seguro de no quebrarse cuando desde su punto de vista el mundo se muestra demasiado estúpido o demasiado abyecto para lo que él le ofrece, solo un hombre de esta forma construido tiene vocación para la política".

Alem, que era más un profeta que un político, antes de quebrarse se suicidó. Por eso sólo quien soporta esa dura prueba del destino es el único que puede ser definido como político.

5) Sólo la organización vence al tiempo. Finalmente recordamos algunos de los preceptos fundamentales que Juan Perón escribió en su "Conducción Política" cuando le enseñaba los palotes de la profesión a los dirigentes sindicales de la CGT.

El General, como Ortega, amante también del orden, no se cansaba de repetir que sólo la organización vence al tiempo, porque su gran preocupación era cómo crear un sistema que trascendiera a su vida, y para mal o para bien, vaya si lo creó (el peronismo ya tiene más de 70 años). Por eso es que decía una y otra vez: "La diferencia que existe entre un caudillo y un conductor es que el caudillo explota la desorganización y el conductor aprovecha la organización. El caudillo  no educa, más bien pervierte; el conductor educa, enseña y forma…  Si un conductor despues de haber manejado un pueblo, no deja nada permanente, no ha sido un conductor, ha sido un caudillo".

Suele decirse que si bien es muy importante juzgar a un  político por lo que hace, más aún se lo debe juzgar por lo que deja. En su herencia está su obra.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA