La desigualdad es una elección

“Aunque en general lamentamos la desigualdad, la abordamos como si fuera un desastre natural que nos fue impuesto.”

Los estallidos en Baltimore han sido vinculados, en formas complejas, con frustraciones hacia la desigualdad estadounidense, al tiempo que una nueva medida de las brechas económicas llegó previamente en el año.

Resulta que la reserva de bonos de Wall Street en 2014 equivalió a casi el doble del total de los ingresos anuales de todos los estadounidenses que trabajan jornada completa percibiendo el salario mínimo federal.

Usted leyó bien: tan solo los bonos anuales para meramente el segmento de estadounidenses que trabaja solo en finanzas y solo en Nueva York empequeñeció los ingresos combinados de todo el año y todos los estadounidenses que perciben el salario mínimo.

Hemos sido inundados por impactantes estadísticas como ésta durante suficiente tiempo, al grado que si bien éste solía ser un tema demócrata, los republicanos ahora se están expresando en voz alta. “Estados Unidos está asediado por una crisis de desigualdad”, advirtió el senador Mike Lee, republicano por Utah con apoyo del Tea Party (aunque agregó que su inquietud está en las brechas de oportunidad, no de riqueza).

De manera similar, Lloyd Blankfein, director ejecutivo de Goldman Sachs, declaró en fecha reciente que “tenemos que esforzarnos más” por reducir la desigualdad.

Sin embargo, aunque lamentamos en general la desigualdad, la abordamos como si fuera un desastre natural que nos fue impuesto. Eso es absurdo. Las raíces de la desigualdad son complejas y, en cierta medida, reflejan fuerzas globales pero reflejan también nuestras elecciones estratégicas.

En su nuevo libro, “El gran cisma” (“The Great Divide”), Joseph Stiglitz, economista ganador del Premio Nobel, incluye dos capítulos cuyos títulos los resumen: “La desigualdad no es inevitable” y “La desigualdad es una elección”.

“Una vez oí casualmente a un milmillonario -quien había empezado en la vida heredando una fortuna- discutiendo con otro el problema de holgazanes estadounidenses que intentaban colgarse del resto sin pagar”, escribe Stiglitz. “Al poco tiempo, pasaron sin interrupción a una discusión sobre paraísos fiscales”.

¿Cómo dijo?

Como nación, nosotros hemos elegido dar prioridad a paraísos fiscales por encima de salarios mínimos, subsidios para jets privados por encima de robustos servicios para niños a fin de romper el ciclo de pobreza. Además, la conversación política a menudo no gira en torno a viajes corporativos sin pagar un centavo sino a viajes sin costo por parte de la gente empobrecida.

La Legislatura de Kansas está tan preocupada por lo anterior que prohibió hace poco a quienes reciben asistencia gubernamental, entre otras cosas, gastar fondos de asistencia social en viajes en crucero (no hay indicación alguna, por supuesto, de que esto fuera un problema). ¿Abordará después Kansas el riesgo de que estampillas de comida sean gastadas en caviar y trufas? Todos sabemos que el dinero público se emplea de mejor forma para subsidiar comidas de negocios que son deducibles de impuestos por parte de ejecutivos en lujosos restaurantes.

Como nota Stiglitz: "La desigualdad es una cuestión no tanto del capitalismo en el siglo XX como de la democracia en el siglo XX".
Si llegáramos a elegir que la desigualdad se convirtiera en una prioridad, ¿a qué políticas podríamos recurrir? Este mes, Harvard University Press estará publicando "Desigualdad: ¿Qué puede hacerse?" (Inequality: What can be done?), escrito por el economista británico Anthony B. Atkinson, en el cual expone 15 pasos para reducir la desigualdad. A continuación, unas pocas de sus recomendaciones:
- Al gobierno debería interesarle más los monopolios o la política de competencia.
- Los sindicatos laborales deberían ser apuntalados para representar los intereses de los trabajadores.
- El gobierno debería suministrar empleos del sector público con salario mínimo a aquellos que los quieran, en áreas tales como comidas sobre ruedas (entrega de alimentos a domicilio para gente en pobreza), cuidado de adultos mayores, cuidado infantil y así por el estilo.
- Además de un salario mínimo, debería existir un marco para controlar la paga en los niveles más altos. Atkinson menciona empresas que han decretado de manera voluntaria que el sueldo ejecutivo debería ser limitado a 65 o 75 veces el salario promedio en la empresa.
- Los impuestos sobre la renta personal deberían volverse más progresivos, con una tasa máxima de 65 por ciento.
- Cada niño debería recibir un pago de "beneficio infantil", para ayudarles a salir de la pobreza.

Así que si todos estamos molestos por la desigualdad, éstas son ideas para debatir. Otros, incluido Stiglitz, han expuesto muchas más. Grupos de investigación como el MDRC cuentan con rigurosa evidencia de lo que rompe ciclos de pobreza. En resumen: no estamos indefensos.

En el caso de la desigualdad, prevalece una grotesca desconexión entre la magnitud del desafío y las herramientas que los políticos están preparados para emplear. Esto es, con base en sondeo Pew del año pasado, lo que la población general de Estados Unidos veía como la mayor amenaza para el mundo, pero incluso así el Congreso no quiere elevar siquiera el salario mínimo federal al nivel, ajustado por la inflación, que alcanzó en los años ’60.

Responda a la cuestión de cómo responde el Congreso de EEUU a la desigualdad. Más de una opción podría ser correcta. La dirigencia del Congreso ahora está demostrando una determinación para abatir: a) subsidios para jets privados; b) el vacío del interés llevado para milmillonarios; c) estampillas de comida; d) el impuesto estatal para las parejas con propiedades que valgan más de 10,9 millones de dólares.

La respuesta es “c” y “d”: medidas que afectarían negativamente a niños de bajos ingresos, al tiempo que ofrecerían una mano de ayuda a milmillonarios. El Congreso está buscando solución a la desigualdad exacerbándola a ambos extremos.

La desigualdad es un problema difícil, pero tenemos herramientas que pudieran marcar una diferencia. El problema no es la desigualdad; el problema somos nosotros. Estamos paralizados.

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