Ingenio y humor en el lenguaje

Hace poco, en una publicidad televisiva, nos sorprendía el ingenio de quien la había diseñado pues, para captar nuestra atención, presentaba una serie de frases cuya lectura era exactamente igual, si se realizaba de izquierda a derecha o, a la inversa, de derecha a izquierda.

Este recurso no era una simple ocurrencia del diseñador de la ingeniosa presentación de un centro comercial: se trataba de un recurso lingüístico conocido como “palíndromo”. El diccionario de la Academia lo define como “palabra o frase que se lee igual de izquierda a derecha, que de derecha a izquierda”.

El origen del vocablo es griego: ‘palin’, “de nuevo”, y ‘dromos’, “carrera”. Se puede dar en palabras aisladas (como en ‘reconocer’), en frases (como en ‘A Mercedes ese de crema’) o en números (como en 1.221). En este último caso, estamos en presencia de los números denominados “capicúas” (del catalán ‘cap i cua’, “cabeza y cola”).

Ejemplos de palíndromos en frases son “Al reparto otra perla”, “Allí ves Sevilla”, “Allí va Ramón y no maravilla”, “Ella te dará detalle”, “Échele leche”, “Isaac no ronca así”, “La ruta natural”, “La tomo como tal”, “Le avisará Sara si va él”, “La turba bajaba brutal”, “Se es o no se es”, “Oirás orar a Rosario”, “Yo hago yoga hoy” y tantos otros.

En todos estos ejemplos, la lectura en una u otra dirección no produce diferencias de sentido: hay coincidencia en el significante y no se produce variación en el significado. En cambio, si una expresión puede leerse de izquierda a derecha y a la inversa, pero el sentido varía, estaremos en presencia de un “bifronte”.

La propia palabra significa “de dos frentes” o “de dos caras”, con lo que se alude a esta doble capacidad de interpretación. Lo vemos en ejemplos como “educa” y “acude”: se pueden leer en los dos sentidos, pero la diferencia de significado entre ellos es evidente. Lo mismo ocurre entre “laicos” y “social”, “zorra” y “arroz”, “ramo” y “Omar”; “amor a ese” y “ese aroma”; “La tele ves” y “Se ve letal; “La mina de sal” y “La sed animal”.

Fuente de risa en la literatura, en la publicidad, en las bromas de un reconocido grupo musical argentino que nos deleita con la gracia y el ingenio de su humor intelectual, es otro recurso lingüístico conocido como “calambur”. Este término se define como “figura retórica que consiste en agrupar las mismas sílabas de una o varias palabras de modo que varíe su significado”. Así, por ejemplo, “Plata no es” y “Plátano es”; “Ave, César de Roma” y “A veces, arde Roma”, “El dulce lamentar de dos pastores” y El dulce lamen tarde dos pastores”; “Mi madre estaba riendo” y “Mi madre está barriendo”; “Ató dos palos” y “A todos, palos”; “Blancura, delirio” y “Blancura de lirio”; “¡Quién conociera a María!” y “Quien conociera, amaría”, “El equilibrista se sostiene” y “El equilibrista sesos tiene”; “Por que rías” y “Porquerías”.

El efecto gracioso se produce, sobre todo, en la oralidad, por el contraste significativo y conceptual originado en emisiones fónicas muy semejantes, en que solamente ha variado el modo de agrupar el material sonoro.

Respecto del origen del vocablo ‘calambur’, hay diferentes opiniones: hay quienes postulan que el término ‘calambur’ proviene del árabe ‘kalembusu’ (“palabra equívoca”), o del latín ‘calamo burlare’ (“bromear con la pluma”). Otros estudios lo hacen proceder del francés ‘calembour’ (de ‘calembourg’ y este término, de Kahlenberg, pueblo cuyo párroco, hacia 1300, fue célebre por el empleo de este juego de palabras).

Otro modo de crear textos ingeniosos, con resultados muchas veces humorísticos, es acudir al juego de los parecidos entre palabras: estamos hablando de la ‘paronomasia’, que se define como el recurso  fónico que consiste en utilizar parónimos, esto es, usar palabras que tienen sonidos semejantes, pero significados distintos: “¿Está casada o cansada?”; “No sé si es casto, es cauto”; “Secreto de dos, secreto de Dios”; “Escribió una calumnia, no una columna”. “Hay tanta tinta tonta…”; “En la buena república, el sacerdote ora y el labrador ara”; “Póngale el hombro al hambre del hombre”, “Demuestra aptitud, pero no actitud”; “Le cueste lo que cueste, hay que subir la cuesta”,

“Es el efecto del afecto”, “Pásame la pinza, no písame la panza”.  También se denomina ‘agnominación’.

¡Cuántas veces hemos oído aquella recomendación “Come para vivir, no vivas para comer”! Estamos en presencia de un ‘retruécano’, recurso que consiste en la reorganización diferente de los elementos de una oración en otra proposición  subsiguiente o en la última porción de lo enunciado; allí se invierte la posición de los términos que se repiten, de manera que el sentido de la segunda parte contraste con el de la primera.

Lo vemos en “Quien no vive para servir, no sirve para vivir”; indudablemente, jugamos con los efectos fónicos y de sentido al decir “La tormenta se avecina y la vecina se atormenta”, o al decir “Tiene a la familia en La Mancha porque tiene una mancha en la familia”; o al afirmar “Los dolores de piernas y las piernas de Dolores”, o “Mi prima Lina se va” y “vaselina a mi prima”, o “Una cinta negra para una negra encinta”. Hace bastante tiempo, un programa radial de la mañana comenzaba con un consejo para los que salían de su casa con mucha prisa: “Pierda un minuto en la vida y no la vida en un minuto”.

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