Hombres y armas de la máquina militar

El Ejército de los Andes aglutinó a jefes y tropas veteranas con experiencia en la guerra del norte y la Banda Oriental, y a miles de soldados cuyanos.

El Estado Mayor fue creado el 24 de diciembre de 1816 y comenzó a funcionar casi de inmediato, pero siempre con una organización muy reducida.

Un solo general, San Martín, encabezaba la pirámide guerrera; le seguían el comandante general de armas, coronel Balcarce, y el sargento mayor De la Plaza, quienes centralizaban las actividades que eran ejecutadas por personal civil y militar que sumaban 42 personas. A su vez, los cuerpos de Artillería, Infantería y Caballería reunían 3.987 hombres: 14 jefes, 195 oficiales y 3.778 soldados.

De ellos, las dos terceras partes eran originarios u oriundos de Cuyo. A ellos, debe agregarse 1.200 milicianos que estaban encargados de sostener el traslado de armamento, alimentos y auxilios para soportar las acechanzas de la intemperie, y un rosario de arrieros y vaqueanos abocados a indicar aguadas, huellas y senderos.

La formación de la máquina militar demandó dos años de intensas gestiones para reunir hombres entrenados, y menos expertos en las lides de la guerra; en 1815, y sobre la base de fuerzas veteranas, se formaron los batallones N° 1 de Cazadores (560 hombres), y el N° 11 que reunía 683 efectivos. También se sumaron 50 artilleros que llegaron desde Buenos Aires al mando del mendocino Pedro Regalado de la Plaza.

En 1816, el esquema militar se completó con nuevos regimientos enviados por el director Pueyrredón, los cuales fueron rehechos con los reclutas cuyanos: así se formaron los batallones de Infantería Nº 7 y Nº 8 que totalizaron 1.552 plazas, e incluían a los “esclavos” de la región (710 libertos).

La caballería se compuso de cuatro escuadrones del regimiento de Granaderos a Caballo (creado por San Martín en 1813) y el núcleo de un quinto que formó la escolta del general en jefe con el nombre de Cazadores a Caballo (742 plazas): el mismo reunió efectivos de San Luis, la Banda Oriental y del Ejército del Norte. A su vez, la artillería estuvo conformada por un batallón de 241 hombres.

La movilidad del Ejército dependió de 9.281 mulas. De ellas, casi 2.000 eran de carga, y 1.600 caballos de batalla para granaderos y cazadores. Todos eran originarios de Cuyo y sirvieron a las fuerzas dirigidas por Las Heras y O’Higgins. En materia de armamento, se reunieron y fabricaron 900.000 tiros de fusil y carabina, 2.000 de cañón a bala, 2.000 de metralla y 500 granadas.

La renta fija

La formación del Ejército requirió la creación de una “renta fija” que permitiera reunir los fondos necesarios para hacer frente a las exigencias de equipos, ganados y el salario de los enrolados. La financiación de la maquinaria militar dependió de dos vías complementarias: por un lado, los subsidios enviados desde Buenos Aires, cuyo volumen fue creciendo a medida que la empresa sanmartiniana ganó expectabilidad entre los administradores del poder central. De tal modo, los $ 5.000 recibidos en 1814 fueron remplazados por $ 20.000 en el segundo semestre de 1816, es decir, en los meses previos a la partida del ejército.

Por otra parte, San Martín echó mano de los recursos locales a través de gravámenes ordinarios y de excepción que incluyeron desde contribuciones forzosas a los capitalistas hasta impuestos al consumo popular: derechos de alcabalas, diezmos, capitales de los conventos, censos de cofradías, la limosna de la Merced, impuestos a los vinos y aguardientes, venta de tierras públicas, reducción de salarios de la administración, donaciones patrióticas, confiscaciones a enemigos de la causa, préstamos a particulares, entre otros recursos, integraron el esquema de aquella economía de guerra que permitía financiar los sueldos del personal militar.

Según el presupuesto del ejército de 1815, 73,86% correspondía a salarios de los jefes, oficiales y tropa. Los sueldos de los oficiales variaban entre 75 y 25 pesos. En cambio, los soldados recibían 4 pesos, los cabos 5 y los sargentos 8. A juicio del general Espejo, el salario operaba como “resorte seguro para conservar la moral, corregir faltas y castigar con el último rigor los delitos en que llegue a incidir la mala índole de algunos hombres”.

Formar soldados

La formación militar incluyó el adoctrinamiento periódico y la implementación de normas orientadas a edificar la unidad de mando militar y estimular comportamientos ejemplares entre los enrolados. Para ello, y como ya lo había ensayado en Tucumán, San Martín ordenó el emplazamiento de un campamento ubicado en el paraje El Plumerillo para reunir a los flamantes reclutas e infundir el espíritu de cuerpo como también para fortalecer la cadena de obediencia entre oficiales y soldados, instruyendo además un cuidadoso diseño de los uniformes de reminiscencias napoleónicas que habría de distinguir jerarquías y regimientos.

Periódicamente, las leyes penales eran leídas y explicadas por los oficiales a la tropa de cada compañía; asimismo la lectura de frases encendidas y cortas -el “orden del día”- servían para inflamar el fervor patriótico y el valor guerrero.

Algunos vieron en ese arsenal de estrategias la clave del éxito de la militarización sanmartiniana. El mismo general Espejo evocó años después: “No faltó tiempo para que el público viera con agrado, bien uniformados y con esmerado aseo, a esos mismos campesinos poco antes agrestes, andrajosos, encogidos, transfigurados en gallardos soldados de gentil y arrogante porte, que eran la emulación de sus compañeros de armas”.

Al tiempo que el entrenamiento militar preveía el aprendizaje en el uso de armas, la liturgia religiosa permitía aglutinar sensibilidades colectivas: la advocación regular de los santos, el rezo del rosario, la celebración de misas dominicales a cargo de los capellanes y la protección de la Virgen del Carmen, fueron puestos al servicio de la lucha política.

Silueta biográfica

Pedro Regalado de la Plaza

Origen. Nació en Mendoza en 1776.

Carrera militar. Se enroló en las milicias ante las invasiones inglesas de 1806 y 1807. Dicha participación le abrió las puertas a la carrera militar en las filas de los ejércitos patriotas que pretendieron afianzar la revolución en la geografía del antiguo virreinato rioplatense: como oficial de artillería del ejercito del Norte, luchó junto con Belgrano en Tucumán, Salta, Vilcapugio y Ayohuma; en 1814 pasó al Ejército que lideraba Alvear y disfrutó del éxito de Montevideo que arrebató a los realistas el control de esa plaza. A partir de 1815, se integró al Ejército de los Andes al cual sirvió hasta la independencia de Chile, convirtiéndose en oficial.

Fin. Murió en Santiago de Chile en 1865.

Homenaje

Escuelas. La 1-620, en el barrio Covimet de Godoy Cruz.

Espacios. Algunas calles en distintos departamentos llevan su nombre. Asimismo, el Grupo de Artillería de Montaña 8 es denominado

“Coronel Pedro Regalado de la Plaza” en reconocimiento al organizador de los “Artilleros de los Andes”.

Bibliografía

- José Teófilo Goyret, "Las campañas libertadoras de San Martín", Nueva Historia de la Nación Argentina, Tomo IV, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, Planeta, 2000.

- Beatriz Bragoni, "Guerreros virtuosos, soldados a sueldo. Móviles de reclutamiento militar durante el desarrollo de la guerra de Independencia", Dimensión Antropológica. Conaculta. Instituto Nacional de Antropología e Historia. México, Año 12, Nº 35, setiembre-diciembre, 2005, pp. 95-137.

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