Guía para pensar con la cabeza (no con la camiseta)

Tal como temía el fundador del justicialismo, la Argentina del siglo XXI se encuentra aislada y dominada. Aislada de los países latinoamericanos con mayor prosperidad y planificación estratégica -a causa de las famosas fronteras "ideológicas" impartidas desde China o Venezuela- , y dominada por camarillas oficiales de negocios (generalmente inconfesables), cuya mayor especialidad parece ser la de ignorar cualquier límite.

Lo que tal vez no tuvo del todo previsto Perón fue que ese derrotero se llevaría a cabo en su nombre. Si bien su único heredero debía ser el pueblo argentino, la burocracia partidaria se encargó de falsificar el testamento y quedarse impropiamente con el legado. De modo que la doctrina mutó en argumento publicitario; el frustrado heredero, en potencial cliente de eventos electorales.

El único rasgo de familia que mantuvieron los falsos legatarios -especialmente en la actual fase populista- fue la gestualidad autoritaria, rasgo que el propio líder intentó desterrar durante la última etapa de su vida, en un sabio ejercicio autocrítico.

Por ello, habría que repensar un poco esto de "la identidad histórica del peronismo", muletilla con que algunos pretenden justificar el voto a Daniel Scioli en las próximas elecciones presidenciales. Sobre todo si el auténtico peronismo implica sumarse al club de fans del millonario Máximo Kirchner o identificarse con Boudou, D'Elía, Bonafini, Rojkés o Milagros Sala, por mencionar sólo algunos.

Además, evaluando la situación que dejan los dos gobiernos de Cristina, es difícil creer que los cuadros técnicos kirchneristas (si aún existen) estén pensando en retomar el proyecto industrialista, modernizador y de auténtica movilidad social que caracterizó al ciclo histórico iniciado en 1946.

Por el contrario, la reducción de las reservas, el atraso cambiario y la creciente deuda externa permiten sospechar que estos "auténticos peronistas" no dudarán en desempolvar los manuales de ajuste que usaron, con todo desparpajo, en los años 90.

Uno de los objetivos centrales que persigue la cantinela de "votar a los peronistas" es captar las voluntades de ese origen partidario en las filas del Frente Renovador, alegando cuestiones de "pertenencia".

Pero es una falacia, porque el argumento invoca una forma de sectarismo que fue, precisamente, el factor clave en la ruptura de muchos dirigentes y funcionarios -incluido el propio Sergio Massa- con el oficialismo. Hasta diría que enfrentar esa concepción mezquina y corporativa de la política motivó la fundación del Frente Renovador, reunión de distintos sectores a la que me sumé, por esa misma razón, desde un comienzo.

Quiero recordar, al respecto, que los fundadores del Frente Renovador nos convocamos para evitar una catástrofe nacional, enfrentando la eternización de la Dra. Fernández de Kirchner en la Casa Rosada. Y lo conseguimos. ¿Por qué deberíamos votar, entonces, al candidato a "presidente transitorio hasta la vuelta de Cristina", como lo definió Estela de Carlotto?

También en su momento nos convocamos para evitar que se consagrara la impunidad, con la reforma del Código Penal. Y lo conseguimos. ¿Deberíamos votar ahora a los encubridores del homicidio del fiscal Nisman o a la frivolidad garantista que pone a los asesinos y violadores en la calle y a los que Scioli no ha desautorizado en momento alguno?

Llamativamente, desde hace algunas semanas, el monopolio creado por la pauta publicitaria oficial viene alentando la versión de que Massa tendría mayores posibilidades electorales que Mauricio Macri. Simétricamente, el ex intendente de Tigre ha escuchado estos cantos de sirena, con cierta ingenuidad, y ahora parece estar severamente enojado con el jefe de Gobierno porteño.

Entiendo, desde ya, que Massa y el resto de los candidatos pueden opinar lo que les parezca y es legítimo que así sea. Pero, ¿vamos a echar por tierra las mencionadas conquistas del Frente Renovador, apoyando en segunda vuelta al mismo régimen que venimos enfrentando hasta hoy, sólo porque algunos dirigentes tienen diferencias personales con Mauricio Macri?

Además, ¿vamos a permitir que la corte cristinista defina el candidato que más le conviene enfrentar, como ocurrió con Ricardo Alfonsín en 2011? 
No es útil ahora, para nada, juzgar las responsabilidades, de uno y otro lado, respecto de no haber acordado oportunamente un proyecto programático común. Tampoco entrar en el juego de acusaciones cruzadas, que sólo sirven para debilitarse mutuamente.

Las tendencias electorales que se expresaron en las PASO parecen ser irreversibles y es imperioso actuar con todo realismo. Y, sobre todo, con el mayor patriotismo.

La línea divisoria actual de la política no es la que separa al peronismo del resto de la dirigencia ("gorila, cipaya, traidora", según la furiosa jerga gubernamental), sino la que separa una oportunidad de desarrollo auténtico y demostrable -con la participación de todos los sectores populares- de una nueva entronización de los corruptos. De los corruptos protegidos por los poderes del Estado, para decirlo mejor, con su impronta de fragmentación social, atraso y miseria.

¿Puede esta grave situación del país ser soslayada, en homenaje a los recuerdos personales? Seguramente no. Como tampoco podemos olvidar que los partidos, candidatos y dirigentes deben ser instrumentos en manos del pueblo y no al revés.

Ni Scioli, ni Macri, ni Massa son más importantes que la Argentina y su destino. Por eso hace años que venimos trabajando en esa dirección, con quienes entienden la política desde tal horizonte, cualquiera sea su procedencia o formación ideológica.

Tal vez estos peronistas, que reclaman para sí todas las franquicias posibles, lo hayan olvidado pero, para nosotros, todavía está primero la Patria.

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