Golpes de Estado siempre presentes

El 15 de julio pasado, el mundo involucionó varios años. Creíamos que los golpes militares contra los gobiernos democráticos eran cosa del pasado, sobre todo en un país como Turquía, integrante de la Comunidad Europea y con una larga tradición de vida democrática. Pero no, otra vez la televisión nos mostraba tanques de guerra por las calles de la populosa y moderna ciudad de Estambul. Un sector de las FFAA se había sublevado contra el gobierno del presidente Erdogan.

Las calles de Estambul fueron avasalladas con la sangre de numerosos y valientes ciudadanos que, a mano limpia, pretendían detener el avance de las fuerzas golpistas, como vemos en una fotografía un ciudadano común y corriente que se acuesta delante de un tanque de guerra para impedir su avance. Fue el pueblo en las calles el que impidió que esta asonada militar triunfara. Esto nos recuerda las jornadas de lucha, en las calles o en la emblemática Plaza Tahyr de El Cairo, cuando los egipcios, tunecinos y los pobladores de Libia dijeron basta a la corrupción , autoritarismo y falta de democracia de sus respectivos gobiernos, fenómeno que luego se extendió a casi todo el Oriente Medio.

A este rechazo a la corrupción y a las dictaduras se le llamó la Primavera Árabe, quizá en recuerdo de otra primavera en que el pueblo luchó con audacia y heroísmo contra los tanques de la Unión Soviética que venían a aplastar el grito de libertad de los ciudadanos de Praga.

Las palabras de los militares turcos sublevados parecen calcadas de tantos golpes militares mesiánicos como hemos vivido en América Latina, Asia y África, especialmente. Decían venimos a restablecer el orden constitucional y el Estado de Derecho. Esta declaración suena histriónica cuando para cumplir tan honroso cometido comienzan con una flagrante violación del orden y de la legalidad constitucional.

A fin de hacer oír sus proclamas se apoderaron de la TV pública y del aeropuerto internacional Atatürk, para impedir quizá el regreso del presidente que se hallaba fuera de Estambul. Cabe recordar que este aeropuerto fue víctima del accionar criminal de los terroristas de EI, hace muy poco, con un luctuoso saldo, cercano al centenar de víctimas.

También fue atacado el edificio el Parlamento y hubo un nutrido intercambio de disparos entre golpistas y defensores de la legalidad que dejó un lamentable saldo de 260 víctimas.

Pero, ¿qué pretendían y bajo qué bandera luchaban los sublevados?

Sus invocaciones a preservar el orden, la justicia y la libertad tropiezan groseramente con el método elegido para defender dichos valores.

Según los golpistas, el actual presidente es un autoritario que viola los derechos humanos y conduce al Estado hacia el islamismo, contrariando el laicismo por el que luchó el forjador del moderno Estado turco, el héroe nacional Mustafa Kemal Atatürk. Es cierto esto del enfrentamiento de las posiciones antagónicas entre los del bando islámico que desean convertir a Turquía en un país donde prevalezca la sharía (bárbara legislación surgida de los libros sagrados del Islam), en lugar de las leyes sancionadas por sus legisladores. Este enfrentamiento se presentía desde cuando en las últimas elecciones se impuso el bando teocrático islámico, réplica de lo que sucedió en Egipto y motivó, también, un golpe de Estado que retrotrajo la rebelión de los jazmines a fojas cero y no ha concluido aún.

La reacción gubernamental

En vista de las circunstancias, la reacción de Erdogan no me parece la más apropiada cuando lo que se impone es buscar la paz de los espíritus. Sus palabras condenatorias fueron muy violentas. Condenó la intentona con amenazas y duras acusaciones, cuando el objetivo es calmar el estado de ánimo y buscar el entendimiento. Acusó al sector golpista de seguir órdenes del clérigo Fetulá Gulen, quien tuvo que exiliarse en EEUU ante la inculpación de terrorismo. La cuestión del laicismo del Estado ha motivado cuatro intervenciones militares en defensa del Estado seglar. La última data de 1997, cuando los militares derrocaron al presidente Erbakan, por la misma razón.

El presidente Erdogan no ha descartado el fusilamiento de los cabecillas, en el contexto de su reacción excesivamente dura. Las acciones bélicas de los sediciosos fueron bien organizadas y lograron éxito en las primeras escaramuzas.

¿Qué pasó después que los llevó a la derrota? En primer lugar los sublevados no ostentaban las mayores jerarquías militares; como consecuencia, podían disponer de poca tropa subordinada, unos pocos tanques y un par de helicópteros. El periodista Evgueni Krútikov dice que los sediciosos hicieron lo que pudieron pero la asonada debe ser tomada como un serio llamado de atención para el gobierno; el tema que impulsa al enfrentamiento no es algo de menor cuantía y es un tema que Turquía debate desde hace muchos años, por lo tanto debe imponerse la prudencia desde ambas partes, sobre todo ahora que los ánimos en todo el mundo musulmán están demasiado soliviantados. No es ocasión propicia -como parece- para que Erdogan aproveche para librarse de todos los opositores a través de una violenta purga en las fuerzas armadas. Estamos contra el método del golpe de Estado pero también contra la imposición de un Estado teocrático contra la voluntad de buena parte de la población y de casi todas las fuerzas militares.

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