Fresia: la verdadera reina entre las hileras

Tiene 48 años, es de Cochabamba (Bolivia) mas vive en Junín desde que era una niña. Junto a su marido, es contratista de una finca. “La Fiesta de la Vendimia es en marzo, pero en la viña se trabaja todo el año”, sostiene.

Casi en la entrada, apenas pasado el canal de riego que cruza la propiedad y junto a la pilastra de la luz, hay unos tachos de pintura de los que asoman algunas flores que alegran el frente de la finca; también hay un alambrado que pone límite al patio de tierra, unos olivos en fila y un puente de tablas sobre una hijuela y allí, luego de cruzarlo está doña Fresia Rojas, que hace sólo unos minutos se bajó del tractor y que ya piensa en la comida, en preparar el almuerzo para ella y su marido Fernando.

Fresia tiene 48 años, nació en Cochabamba, pero cuando era una niña se vino de Bolivia a Mendoza, junto a media docena de hermanos y siguiendo a sus padres hasta una chacra en Medrano, al suroeste de Junín. Allí se crio, ayudó a sus hermanos más chicos a hacerse grandes y con apenas 13 años aprendió a trabajar la tierra, y en esa tarea anda desde entonces.

“La Fiesta de la Vendimia es en marzo, pero en la viña se trabaja todo el año y según la época hay que atar, podar, desbrotar, curar o cosechar”, enumera con unos dedos callosos y curtidos por el trato áspero que dan los sarmientos.

-¿Y usted sabe hacer todo eso?

- Sí, claro, y también sé manejar el tractor. Mire, acá somos mi marido y yo para llevar el contrato de esta finca que tiene casi diez hectáreas, es mucho para un matrimonio y por eso aprendí lo que no sabía y también me animé a ‘tractorear’, para que Fernando pueda ir curando con la mochila.

Vivir con poco

Al fresco de una parra tupida que arrima sombra a la casa, la mujer cuenta que sus días arrancan a las seis de la mañana, dice que a veces no hay domingo para descansar y que nunca se tomó vacaciones de la viña, salvo la vez que juntó unos pesos para volver a Cochabamba y conocer a parientes de los que sólo había tenido noticias por carta: “Ahí me di cuenta de que ya no pertenecía a esa tierra, que mi lugar está en Mendoza, en las viñas de Junín. Es lo que me tocó en la vida, podría haber sido otra cosa mi destino, pero no me quejo”, dice mientras camina entre unos gallineros hasta que se arrima al parral, corre unas hojas y mira los racimos: “Hay que seguir desbrotando para dar más aire a la uva. Por suerte este año no ha llovido tanto, pero venimos de dos temporadas de pudrición culpa de la humedad”.

-¿Han sido años malos?

-Y sí, en la cosecha pasada entre pudrición y granizo se nos fue toda la uva; nos quedaron unos 10.000 pesos para tirar todo el año.

-¿Y cómo se hace?

-Acá somos los dos solos. Mi marido tiene hijos de un matrimonio anterior, pero ya son muchachos grandes y tienen su vida. Entonces, sin niños chicos que criar, uno anda acostumbrada a vivir con poco. Igual, he tenido que salir a otras fincas a buscar trabajo al día para ayudar a mi marido y traer un dinero extra a la casa.

La ilusión de la cosecha

La finca que llevan Fresia y Fernando queda en la calle Corbalán, a unos pocos kilómetros de Junín; junto a la casa y al gallinero, hay también un chiquero donde un enorme chancho de 150 kilos se refresca en el barro para sacarse el calor del mediodía: “Podría ser más grande, pero come sólo una vez al día”, explica la mujer, y dice que la semita para el chancho está cara, que una bolsa cuesta 150 pesos y que el animal se come una por semana: “Ya va siendo fecha de caparlo y en junio habrá carneo”, se entusiasma.

Fresia trabajó toda su vida en la viña y entre criar a sus hermanos y caminar los surcos se le fue la niñez y así, nunca terminó la primaria. La mujer sonríe e insiste en que es la vida, “lo que le tocó”, y no les recrimina nada a sus padres.

“Ellos trabajaban y yo cuidaba a mis hermanos, ésa era la manera en la casa. A la primaria nunca la terminé, solo hice el primer grado y después me tocó trabajar”.

Hace una pausa: “Aprendí a escribir y a leer sólo un poco nomás, como para defenderme, y gracias a mis hermanos que me enseñaron, porque ellos sí pudieron hacer la escuela”.

Después del almuerzo vendrá la siesta obligada, para recuperar fuerza y escaparle a la hora más brava del calor; ya por la tarde Fresia volverá a la viña, a seguir curando hasta que caiga el sol y a esperar que pasen los días, casi un mes completo para que la uva criolla tenga grado y entonces sí entrar a cosechar: “Si Dios quiere y no nos cae piedra, vamos a tener cosecha, que ya va siendo tiempo de que nos toque una buena”, dice Fresia, y vuelve a sonreír ilusionada, a la sombra de la parra.

"No es un pecado ser bonita"

Le pregunto por la Fiesta de la Vendimia, si le gusta, si tiene curiosidad por conocer a las candidatas para elegir a su favorita y doña Fresia sonríe: “La Vendimia es muy bonita, a mí me gusta mucho la Fiesta y la elección de las chicas”.

Cuenta que este año fue a la Vendimia de Junín y también a la de San Martín, cuenta que el año pasado quiso ir al Carrusel pero que justo ese día hubo que curar para intentar salvar los racimos: “A la fiesta grande no he ido nunca y no creo que pueda, es complicado llegar y también es caro. La veo por la televisión”.

Piensa un momento y dice que la Vendimia es una fiesta y parte de la tradición, cree que debe mantenerse y que discutir si está bien o mal elegir a una mujer por su belleza y declararla Reina “es una zoncera”.

Y cierra contundente: “Claro que tiene que haber Reina, es como un juego entre la gente y las chicas, y tiene que ser bonita, no es un pecado ser bonita y no está mal que los demás lo reconozcan, ¿no?”.

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