Fayad: un político audaz y un hacedor incansable

El dirigente radical e intendente emblemático de la Capital falleció ayer tras luchar durante casi un año contra un cáncer de mediastino. Transformó la ciudad y creó un estilo de gestión admirado por propios y extraños.

Fayad: un político audaz y un hacedor incansable
Fayad: un político audaz y un hacedor incansable

Víctor Fayad ha sido -tal vez- el dirigente político mendocino más audaz y controvertido desde el retorno de la democracia.

Nacido el 9 de febrero 1955 en General Alvear, construyó toda su carrera desde la capital provincial, de la que se convirtió en su intendente más emblemático, al conducirla durante tres períodos (entre 1987 y 1991, luego entre 2007 a 2011 y desde ese año hasta la actualidad). Murió ayer, a los 59 años, luego de casi un año de haber anunciado públicamente que padecía cáncer.

Tras haber sido internado el sábado pasado en el Hospital Italiano por una descompensación, su deceso se conoció en las primeras horas de la tarde, tras una mañana plagada de rumores y versiones.

Del Viti al "vitismo"

Militante desde siempre, su incursión partidaria en la Unión Cívica Radical (UCR) estuvo signada por la figura de su tío, el ex gobernador radical Santiago Felipe Llaver (1916-2002), quien manejó la provincia entre 1983 y 1987.

Desde joven, y tras su paso por el Liceo Militar General Espejo, sus preocupaciones sociales y la defensa de las libertades individuales determinaron su inclinación hacia el ideario del radicalismo.

El Viti, apodo juvenil que quedó impregnado como marca, pero también como un sello de su estilo, estudió Derecho en la Universidad Nacional del Litoral. Allí desarrolló también la militancia universitaria, en la agrupación estudiantil Franja Morada hasta que obtuvo el título de abogado.

Ya en Mendoza, y durante la dictadura militar, intensificó su tarea partidaria, dedicando especialmente sus esfuerzos en los emblemáticos barrios del Oeste capitalino que -con el tiempo- se convirtieron en bastión absoluto de su accionar, tanto en las elecciones generales como en los comicios internos del radicalismo.

Saltó a la arena política y al conocimiento público en 1983, con tan sólo 28 años, cuando fue elegido concejal y posteriormente, presidente del Concejo Deliberante de la gestión que en ese entonces encabezaba otro radical, César Rivera.

En 1987 se convirtió en intendente y cuatro años después, en 1991, candidato a la gobernación que perdió a manos del justicialista Rodolfo Gabrielli. Insistió en 1995 y perdió ante otro peronista, Arturo Lafalla.

Ésa, la posibilidad de acceder a la gobernación, fue tal vez su máxima asignatura pendiente. Nunca logró vencer las limitaciones electorales ante el entonces aluvión menemista, ni los impedimentos que le retacearon nuevas chances de representación.

Enrolado en el Movimiento de Renovación y Cambio que fundó el propio Raúl Alfonsín, a quien admiraba profundamente, Fayad fue un activo dirigente de predominio y ascendencia en los núcleos internos que le respondían y que hasta se diferenciaron bajo el apodo su líder: nacía así el “vitismo”.

De esa cantera surgieron todos sus sucesores en la comuna: Roberto Iglesias, Raúl Vicchi, Eduardo Cicchitti, pero también muchos otros referentes locales y provinciales, con más o menos proyección nacional como el mismísimo Julio Cobos.

El salto nacional

Pese a su imposibilidad de acceder a la gobernación, su capacidad lo llevó a trascender y lograr lucimiento en la Cámara de Diputados de la Nación, que integró por tres períodos, entre 1993 y 2005.

Se destacó por sus intervenciones parlamentarias en cuestiones energéticas, especialmente en torno a la problemática hidrocarburífera, y por su articulación tanto dentro del propio bloque radical como con el resto de las bancadas.

Fruto de esos intercambios, cerró en 1995 un acuerdo con el ex gobernador justicialista José Octavio Bordón en una experiencia transversal que fue uno de los gérmenes del propio Frepaso como luego, cuatro años después, de la Alianza que se impuso en las elecciones presidenciales de 1999.

Impulsado por su concepción socialdemócrata, pero especialmente por su particular forma de ser, ameno y descontracturado, logró seducir y ganar simpatías en todo el espectro político.

Esa actitud lo llevó a poner en práctica su vocación acuerdista, por los que incluso a veces fue duramente criticado. Sin embargo, y como contrapartida, otra de las facetas de su personalidad era su carácter obstinado, perseverante y filoso, que lo alejaban del consenso.

O paradójicamente, le hacían destruir con una declaración periodística o una decisión todo lo que con empeño había sido construido.

La imprevisibilidad y su temperamento a veces destemplado lo hacían temible, especialmente para aquellos que no frecuentaban su amistad o cercanía.

Su férreo sentido de conducción fue interpretado por sus críticos como un ejercicio personalista. En los últimos tiempos, y especialmente, por la defensa de algunas políticas del kirchnerismo, recibió otros duros cuestionamientos.

Esta actitud, también hay que decirlo, le reportaba fluidas relaciones con la Nación (y por decantación con las administraciones peronistas locales) que redituaba en aportes para diversos emprendimientos que justificaba como parte de su tarea. Decía que su trabajo era la búsqueda de recursos para sus vecinos más allá del color que imperara aquí o en el país.

Creador de un estilo

A Fayad se le debe también la instauración de una original concepción de la práctica política, a través de la valorización de la mirada municipal como motor de vinculación con la ciudadanía.

El municipalismo y la búsqueda por mayor autonomía para el eslabón más próximo del Estado fueron sus obsesiones. A sus gestiones se le deben la refuncionalización y recuperación de los espacios públicos, en especial las plazas y paseos: la creación de la hoy emblemática Peatonal Sarmiento; la remodelación de la calle San Martín; la puesta en valor del Área Fundacional; la Plaza Independencia; la proyección del Parque Central, entre otras iniciativas de obra pública al servicio de la cotidianeidad.

Asimismo, durante su última gestión, se recuperó el pavimento de casi todo el microcentro y se continuó con el embellecimiento y recuperación de diversas zonas.

En sus últimos años, defendió a ultranza las elecciones desdobladas que, además de permitirle imponer sus propias reglas, -justificaba- obligaba a dar la discusión sobre el modelo de ciudad pretendida por los aspirantes a conducirla.

Su impronta hacedora también se manifestó en las áreas sociales, culturales y deportivas, con la atención primaria de la salud en los denominados “municentros”; la amplia oferta de museos y teatros oficiales tales como el del Área Fundacional, el de Arte Moderno y el Quintanilla y la labor de los polideportivos municipales.

Bohemio y sensible, el Viti también alardeaba de las bondades de la “ciudad maravillosa” (lema que adoptó recientemente), cosmopolita y activa: disfrutada y disfrutable. Algo así como un humanismo urbano.

Logró imponer su obsesión por los entornos amigables y limpios en la ciudad, característica que se fue perdiendo con el tiempo, pero que durante su esplendor fue motivo de orgullo y objeto de lucimiento. Al extremo, que ese estilo que él ideó se multiplicó luego por la provincia y el país.

Su carácter frontal y las particularidades de su personalidad, (en general afable y ameno, pero a menudo ácido y mordaz, como se dijo antes) le granjearon amigos y enemigos con igual fervor entre sus adversarios y sus propios correligionarios. Aferrado a sus convicciones, no dudaba en propiciar diálogo con aquellos con los que incluso no coincidía.

Corrosivo al extremo, tampoco dudaba en fustigar con igual furia a propios y extraños si el enojo o la conveniencia del momento así se lo recomendaba.

Su último blanco preferido fue Cobos. Al extremo que en la última elección legislativa integró junto a Iglesias una lista por fuera de la estructura partidaria, bajo el sello del Partido Federal, para enfrentarlo.

Ésa fue también su última derrota. Sin embargo, aseguró a sus allegados que no quería que la última línea de su currículum fuera un desplante al radicalismo.

Por ello, poco tiempo después, en las elecciones municipales de 2014, selló un acuerdo con la cúpula partidaria que conducía el sector de Alfredo Cornejo para participar, con una lista unificada bajo el sello UCR, que  volvió a imponerse en la comuna.

La entereza y el legado

Las afecciones en su salud fueron una constante en su vida. Padeció múltiples intervenciones quirúrgicas en el corazón y también en la cadera. En los últimos años lidió contra un cáncer de mediastino que sobrellevó con dificultades, pero siempre atento a las demandas de la gestión.

Tuvo la valentía de exponer sin eufemismos la enfermedad, sus duras alternativas y los notorios desmejoramientos que se sucedían entre una y otra aparición pública.

Tal vez haya sido ese mismo instinto transgresor, esa tentación por la elasticidad de los límites que lo llevó a mostrarse siempre de pie.

Con su muerte se cierra el ciclo de un político de excepción, que dividió aguas y marcó un estilo imitado más allá del radicalismo. Su inteligencia y su personalidad avasalladora lo convirtieron en líder partidario, pero también en un referente político insoslayable.

Su carisma marcó también una forma de conducción ligada a la impronta de los hacedores que, al menos en la Capital, aparece ahora huérfana de su tutela.

Viudo desde 2006 de Marcela Pérez Caroli, tuvo con ella tres hijos: Víctor, María Mercedes y María Consuelo. Son ellos los que deberán comprender que el legado y la historia de su padre los excede largamente: está íntimamente ligado a la política y a los sueños para la transformación de su amada Ciudad.

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