Extracto sobre Roberto Bolaño

Pedro Lemebel y Roberto Bolaño tienen un punto de conexión, además de la chilenidad, en Lorenza, la travesti germana-chilena que, luego de un accidente en la infancia, pierde ambos brazos y trasciende al mundo del arte al posar como estatua viviente/Venus de Milo en Berlín 1982.

Ambos escritores toman la vida de Lorenza y la relatan. La Lorenza de Lemebel es terrenal y trava, lo que no le quita lo Diva; la de Bolaño es freak y trata de cometer suicidio -ahogándose- por su condición, finalmente, hundida en el fondo del mar descubre una luz que la llama y la hace abrazarse a la vida.

En la exposición desenfrenada de su raza Bolaño nos muestra algo que muchos muestran sin darse cuenta y es la más triste colonización sufrida por el Straigh White Man y su sensibilidad geométrica.

Esa colonización es mundial y se expande. Bolaño dice: lo que mueve a los poetas (y al mundo) son las conchas, las de publicidad, las rubias, jóvenes y lindas. Esas son las que nos gustan.

Hay una escena que es muy reveladora de este síntoma dolinesco sabiniano en su novela "La pista de hielo" (1993). El fragmento narra cuando Nuria, campeona de natación, entra en el mar, y uno de los personajes masculinos, "enamoradísimo" de ella, la sigue.

Nuria avanza y se mete cada vez más adentro entre las olas; el hombre da su mejor esfuerzo para alcanzarla y cuando llega advierte que no tendrá energías para volver. Para él, cada brazada es algo que lo conduce a la felicidad y al abismo, sin embargo, y aun en contra de las evidencias, las da igual, simplemente porque es algo que no puede dejar de hacer.

Pobre idiota si cree que eso es el amor, haber sido sometido durante toda la niñez y la adolescencia a una descarga de cultura alfa male, de afiches de gomería y porno, y fútbol masculino y culos intocables y posesión masculina y encima dar la vida por ello.


Bolaño es Fresán disfrazado.
"Poeta y vago" dice la tarjeta personal de Bolaño que se exhibe en la muestra que su viuda hace en museos. Esto es lo más borgeano que tiene Bolaño, una viuda que carga con sus porquerías personales y las exhibe al mundo.

Ahí está también su máquina de escribir, bajo una vitrina de cristal, esperando a que cualquier escrifan bolañino se le ocurra el cuento en que un grupo de poetas (y sus poetineras) destrozan la vitrina para liberar la vieja máquina del genial Roberto Bolaño. Porque de tomar acciones en la realidad ni hablar.

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