El rompecabezas Trump

“Mi industria generó grandes avances en computadoras, software y, por supuesto, hizo mucho dinero, pero el Silicon Valley es un lugar pequeño, si uno conduce hacia Sacramento u Oakland no se ve la misma prosperidad. A lo largo del país los salarios están estancados, los (norte)americanos hoy ganan menos que hace una década mientras los gastos en salud y educación aumentan cada año”, sentencia Peter Thiel, uno de los mayores inversores tecnológicos de Estados Unidos que manifestó su apoyo a Donald Trump en el marco de la reciente convención republicana de Cleveland.

El respaldo del empresario tecnológico multimillonario al candidato republicano fue una gran sorpresa ya que Thiel es una figura emblemática del cluster californiano de negocios de alta tecnología que concentra a los grandes ganadores de un proceso de globalización que, junto a los tratados de libre comercio como el Nafta o el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, es responsable de “dejar a los trabajadores (norte)americanos en la pobreza”, según Trump.

Semejante espaldarazo de este “extraño republicano en el Silicon Valley” sobresalió aún más en el marco de las declaraciones hostiles de Trump hacia las grandes corporaciones empresariales (norte)americanas, hoy muchas de ellas provenientes del sector tecnológico, que respondieron en situaciones puntuales quitando su sponsoreo a la convención partidaria -caso Apple, HP, Wells Fargo, Coca Cola, Ford o JP Morgan, entre otras-.

Sin embargo, no conociendo nadie las motivaciones profundas de la decisión de Thiel, salvo él mismo, igual pueden apreciarse tres imágenes que ayudan a evaluar su opción política.

La primera de ellas es la más contradictoria con su preferencia pro Trump: tres de las diez compañías con mayor valor de mercado de Estados Unidos, además de ser tecnológicas, nacieron y tienen su centro de operación en el Silicon Valley -Apple, Google y Facebook-, región de California donde los salarios promedio son un 40% más altos que en el resto de Estados Unidos, y crecen a un ritmo anual de 4% por encima de esa variable nacional.

Más aún, si esta panorámica se extiende hasta la ciudad de Seattle, en la misma costa oeste, deberíamos incluir a otros dos gigantes tecnológicos posicionados en esa tabla de las diez compañías de mayor cotización de mercado -Microsoft y Amazon-.

No obstante ello, una segunda imagen obtenida a partir de un reciente artículo de Nouriel Roubini -“Populismo y Productividad”- agrega otra perspectiva: esta revolución tecnológica no derivó aún en un aumento de productividad de la economía y en la consecuente mejora de la calidad de vida de los trabajadores (norte)americanos en general.

En este aspecto, queda claro que los grandes avances tecnológicos actuales que menciona Roubini en su artículo -robótica, impresión 3D, análisis masivo de datos, internet de las cosas e inteligencia artificial, entre otros- todavía no desencadenaron el impacto económico que en su momento produjo la electricidad, los antibióticos o los sistemas sanitarios modernos.

Tal circunstancia le brinda un sustento político concreto al escenario de ganadores y perdedores que plantea el candidato republicano en sus virulentos discursos dirigidos al núcleo del corazón industrial del centro-oeste de Estados Unidos.

Es decir, de un lado están los grandes campeones de la globalización del sector tecnológico y financiero de la costa oeste y este y, del otro lado, los principales derrotados del cinturón industrial de estados como Michigan, Pensilvania, Indiana y Ohio, donde los ingresos promedio cayeron 10% durante la última década en algunas ciudades en especial.

Por último, la tercera imagen que permite valorar la elección de Thiel, es la propia sede de la reciente convención republicana, Cleveland, una ciudad que fue el Silicon Valley de principios del siglo XX, con empresarios millonarios como John Rockefeller y compañías emblemáticas como la Standard Oil y cuyo estado -Ohio- colocó tres presidentes entre 1900 y 1930 pero que luego conoció la decadencia al punto de que su población se retrajo casi un 50% entre 1970 y el presente.

En definitiva, no existen experiencias mundiales de clusters invulnerables, el propio Silicon Valley hoy está expuesto a vaivenes económicos mundiales como el que sufrió Estados Unidos en la década del ’30 o a las mejoras tecnológicas introducidas por nuevos competidores internacionales, como ocurrió a principios de los años ’70 con la industria automotriz japonesa vis-à-vis la (norte)americana nucleada alrededor de Detroit.

No todo pasa por la economía y las pymes

A la par de un discurso de cierta racionalidad económica que sintoniza con la visión de un empresario del calibre de Thiel, así como con el análisis de un reconocido -y hoy preocupado- economista como Roubini, Trump exacerba los temores y prejuicios de una base electoral constituida en su mayoría por una franja de votantes blancos, nivel educativo básico, bajos ingresos y mayores de 40 años.

Esta política de identidad combinada con el patriotismo y el orgullo nacional constituye a Trump en un verdadero rompecabezas político ya que su propuesta electoral no solo incluye una sensata discusión respecto del sistema productivo actual, la distribución del ingreso y el papel de las pymes, sino que también representa un cuestionamiento profundo al modelo liberal democrático y una evolución -peligrosa- hacia un esquema donde las políticas públicas se convierten en un vehículo de odio y frustración hacia minorías y extranjeros que no forman parte del núcleo racial “americano”.

En una palabra, Trump no solo es el candidato de pymes ignotas que esponsorean su postulación electoral, como Biagi Plumbing, James River Air Conditioning o Rosenberg Construction, sino el candidato de ese electorado de raza blanca asustado con su retroceso demográfico, económico y con la creciente participación de los inmigrantes de raíz hispánica y asiática.

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