El punto, una Gloria

Gimnasia jugó un muy mal segundo tiempo. El efectivo Instituto se lo dio vuelta y, sobre la hora, Albornoz rescató -casi de milagro- un empate.

El punto, una Gloria
El punto, una Gloria

Se intuía que Instituto iba a poner la vara tan alta como lo hizo Atlético Tucumán. Y desde el inicio parecía que iba a ser así. La Gloria se paró bien metido en campo adversario, “Pipi” García la manija, y Bernardi y Machín se ofrecían como alternativa por afuera para ataques que murieron todos en la intrascendencia.

El Lobo se frotó los ojos y se despabiló apenas pasado los 15 minutos. Tomó confianza, encontró la pelota y cuando se metió en los últimos metros le dejó en claro a la vista que era más.

Pereyra era un karma, aparecía por derecha o por izquierda; Akerman metía diagonales y era cuestión que Oga acertara una puñalada para que llegue el primer grito. Y esto fue a los 32 minutos. Oga, que ya antes le había metido una bocha exquisita a Akerman, abrió para Pereyra, quien entró solo por derecha, remate que contiene Hoyos, Akerman no pudo en el rebote y sí Espinosa, quien empujó la pelota con el arco a su merced.

El gol, lejos de despertar la reacción de la visita, la dejó grogui. Machín, sin oficio de goleador ni perfil para definir, tuvo un mano a mano que Alasia tapó casi sin problemas. Poco para un equipo de dilatada trayectoria en la categoría y que no había mostrado credenciales. Pero Instituto es Instituto y en el complemento le metió dos cachetazos al atrevido Lobo y lo mandó a dormir temprano.

Exquisito tiro libre de Bernardi para empatar y luego, tras un centro que fue un misil teledirigido de Magnín, Guerreiro “ejecutó” con un frentazo a Alasia para darlo vuelta. La Gloria ahora sí se parecía al Decano. Pisó tres veces con cierto riesgo el área de los mendocinos y eso le bastó para para mandar dos adentro.

Para el Mensana no quedaba siquiera el consuelo de que se había jugado bien, como ante Atlético Tucumán. Esta vez se perdía y nadie podía poner el grito el cielo: el equipo estaba dando un paso en falso.

Pero en la última del partido, una mano de Schmidt le dio a Albornoz la oportunidad de empatarlo y sacarle un poco de lustre a la imagen. Y el lungo marcador central, con gran clase, con sapiencia, cambió penal por gol. Con los buenos 30 minutos de la etapa inicial y el muy flojo complemento no se podía pedir demasiado. El empate terminó siendo una bendición.

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