Rigurosa instrucción del Ejército en el Plumerillo

Testimonios y detalles del libro escrito por Gerónimo Espejo.

Echadas las bases del ejército en perspectiva, el General se ocupó de establecer un campamento de instrucción en que pudiera observarse la disciplina en todo su rigor, sin las distracciones que son inherentes a los pueblos. Se exploraron los alrededores y se hallaron terrenos aparentes a cuatro y cinco leguas, pero al General le convenía uno de mayor inmediación para no desatender ni la instrucción del ejército ni el giro de los asuntos gubernativos.

Por esta circunstancia fortuita, el que se encontró más adecuado fue uno adyacente al paraje de "El Plumerillo", que distaba poco más de una legua al nordeste de la ciudad. Era muy húmedo en verdad, por la inmediación a unas grandes ciénagas que se unen a las Lagunas de Guanacache, pero allí se mandaron levantar galpones de tapial y techos de espadaña, con divisiones para compañías, departamentos para jefes y oficiales, guardia de prevención, cocinas, etcétera.

Se desplegó todo el empeño posible para que se concluyera para la primavera próxima, y en efecto, por setiembre y octubre se trasladaron los cuerpos cada uno a su departamento correspondiente.

Mientras estas consultas se hacían de una parte y se resolvían de la otra, San Martín persuadido de que la instrucción de la tropa más adelantaría en un campamento que entre las distracciones de la ciudad, hizo delinearlo por el jefe de ingenieros a una legua al nordeste como ya se ha indicado.

Y puesto en ejecución, se construyó una línea de cuarteles de tapial dando vista al naciente, dejando una gran plaza al frente como de cuatro a cinco cuadras de espacio, para los ejercicios doctrinales y demás actos de mecanismo interno de cada cuerpo. A retaguardia de esta línea, se colocaron los alojamientos de jefes y oficiales, las cocinas y lugares escusados, con arreglo al sistema de castrametación.

A la derecha de este cañón de galpones se acuarteló el batallón de artillería, a continuación el N° 8 y el N° 11, dejando un espacio vacío enseguida como para otro cuerpo que llegara a crearse. Al flanco derecho de esa línea, formando martillo con frente norte, se levantaron los galpones para el cuartel general y el Estado Mayor; y al izquierdo, formando martillo también con frente al sur, los de los cuatro escuadrones del Regimiento de Granaderos a caballo.

Al remate de la gran plaza, con vista al poniente, se levantó un paredón como de ciento o más varas de longitud, de espesor de doble fila de tapial para tirar al blanco; y al frente que miraba a la plaza, después de bien blanqueado, se le mandaron dibujar de colores al fresco, dos cuerpos de infantería en batalla, colocando en el claro del centro y a los flancos, dos círculos concéntricos pintados de negro para el blanco de los artilleros.

Todos los días al apuntar la aurora se disparaba un cañonazo en la guardia de prevención de la artillería, como señal para que rompiesen diana los cuerpos, pasasen la lista de regla, y saliesen al ejercicio, menos en los festivos. Era bello el golpe de vista que presentaba la gran plaza, al verla poblada de grupos que se movían en diversos sentidos, unos ocupados del manejo de las diferentes armas, y otros en la escuela de guerrillas, la de compañías o de batallón, según el grado de disciplina de cada cual. Esta ocupación duraba de tres a cuatro horas por la mañana y otras tantas por la tarde, hasta que el corneta de órdenes del Estado Mayor tocaba la señal de retirada.

El General por lo común salía de su rancho a recorrer los grupos diseminados en aquel campo, en especial los de reclutas que todos los cuerpos tenían en aprendizaje.

En ocasiones hacía salir un recluta de la fila para aleccionarlo, explicando con paciente minuciosidad la posición del cuerpo que da esa gallardía académica que tanto distingue al soldado; en otras, iba a los que se ocupaban del manejo del sable, desenvainaba el suyo y hacía de figurante, demostrando con explicaciones claras el efecto de los movimientos, hasta hacerse comprender de los más remisos; y en otras por fin, se dirigía a inspeccionar el estado de los cuarteles, el aseo de las cuadras, el de las cocinas y el manejo de los rancheros en la preparación de la comida.

Éstas y otras idénticas escenas casi diariamente repetía, pues era incansable en estos propósitos, por más que los jefes y oficiales tratasen de imitarlo en lo que fuera de su resorte.

Por ese espíritu inquisitivo hubieron de sucederle varios lances extraordinarios, en los que, por probar la moral o el espíritu militar, disfrazado de soldado o de paisano en altas hora de la noche, tentó seducir a algunos centinelas a que le vendiesen el arma y desertasen, por lo que llegó a verse en aprietos de que solo dándose a conocer de los oficiales de guarda pudo salvar.

Las bandas de tambores y de cornetas hacían su estudio diario tras del espaldón de tirar al blanco. Al tambor más diestro se encargó el arreglo y uniformidad de toques de caja, así como al Trompa mayor del regimiento de Granaderos a caballo, el de los cornetas. Con la más severa estrictez se hacía la enseñanza de ambos instrumentos, y con particularidad la de la corneta, sujeta como es al diapasón musical...

En el campamento, las horas del día estaban distribuidas bajo un sistema inalterable. Por la mañana, así las tropas se retiraban de sus ejercicios, tomaban su primera comida, se relevaban las guardias, la oficialidad hacía su almuerzo en mesa común, y en seguida se limpiaba el armamento; pero los sábados, al mediodía se lavaba la ropa, y en lugar del ejercicio de la tarde, se pasaba revista de armas y de vestuario.

Al mediodía, el Estado Mayor hacía la circulación de la orden del General y el santo, para lo cual tocaba la señal respectiva el trompa de servicio, la repetían las guardias y los ayudantes de los cuerpos concurrían a la oficina a recibirla en pliegos cerrados para sus jefes.

Por la tarde, terminado el ejercicio y pasada la primera lista, la tropa tomaba su segundo rancho; y la oficialidad después de comer, se ocupaba de la academia teórica y práctica de su arma respectiva, que el General presenciaba alternativamente en los cuerpos. En estas ocasiones su genio docente extornaba el acto suscitando cuestiones sobre ocurrencias imprevistas que no contienen las tácticas ni la ordenanza, muy posibles.

Sin embargo, en el servicio de guarnición, en el campamento y en las funciones de guerra proponía un caso del que exigiría la solución a cualquier oficial indistintamente y, acertase o no el interpelado, se dirigía a otro y otro con la mira de hacerlos discurrir, hasta que al fin alguno acertaba con el medio más ventajoso o prudente; y por lo común terminaba estas conferencias refiriendo algún episodio análogo que le fuera conocido o en que él mismo hubiera sido el actor.

Y para terminar este cuadro, por la noche la retreta rompía del rancho del General, se pasaba la segunda lista, la tropa rezaba una casa del rosario, y después de una hora o poco más, en el Estado Mayor se iniciaba el toque de silencio. En todas las guardias se repetía este toque como es de costumbre, y desde ese momento era tan admirable la quietud del campo, que apenas era interrumpida por el alerta de los centinelas.

Los domingos y días de fiesta se decía misa en el campamento y se guardaban como de descanso. En el centro de la plaza se armaba una gran tienda de campaña (forrada en damasco carmesí, que de Inglaterra le habían mandado al General), allí se colocaba el altar portátil y decía misa el capellán castrense, doctor José Lorenzo Guiraldes, o alguno de los capellanes de los cuerpos. El ejército se presentaba en el mejor estado de aseo, mandaba la parada el jefe de día, los cuerpos formaban al frente del altar en columna cerrada estrechando las distancias, presidiendo el acto el General acompañado del Estado Mayor.

Concluida la misa, el capellán dirigía a la tropa una plática de 30 minutos poco más o menos, reducida por lo general, a excitar las virtudes morales, la heroicidad en defensa de la patria y la más estricta obediencia a las autoridades y superiores. En varios de los días festivos celebró la misa el capellán del batallón N° 11 fray José Félix Aldao, domínico (que algunos años más tarde se conquistó una funesta celebridad histórica en las contiendas civiles) y al que estas tradiciones escribe le tocó ayudársela.

Avanzan las obras para el 24

Aunque sus puertas permanecen cerradas al público, en el interior del Campo Histórico El Plumerillo se trabaja a contrarreloj. Es que para el próximo 24 de enero, fecha elegida para celebrar el Bicentenario del Cruce de los Andes, debe estar terminada la primera etapa de un ambicioso proyecto de puesta en valor encarado por la municipalidad de Las Heras.

Así, en el lugar pueden notarse los avances de las primeras remodelaciones que incluyen: llama votiva, piso del ingreso, área de mástiles, muro con frisos y el viñedo. De hecho en la entrada se observa una serie de adoquines de pórfido en forma de semicírculo que remplazaron a las anteriores baldosas.

“La estructura de la llama ya está lista, al igual que los muros donde van a ir colocados los frisos del artista Hugo Víctor Leytes”, aseguró Luciano Romero, director del Bicentenario del municipio. Estos últimos componen una obra que detalla los momentos más sobresalientes de la gesta sanmartiniana. “Los frisos ya están terminados y se van a colocar en estos días”, adelantó el funcionario.

Aunque todavía le faltan algunos detalles, la zona de mástiles ya fue levantada. “Antes solamente estaba la bandera argentina, ahora se van a incorporar las banderas de Chile y Perú y en un mástil más bajo la bandera del Ejército de los Andes”, precisó el responsable.

Otro detalle que sobresale del proyecto es el sector del piso con forma de seis rayos de sol que representan los seis pasos por los que el ejército cruzó la cordillera.

“Por ahora lo que hemos hecho es desmalezar ese sector del piso y para el 24 será coloreado en gamas que guarden relación cromática con la piedra”, explicó Romero quien anticipó que en una segunda etapa se le hará un tratamiento especial a ese sector y se le colocarán seis placas con toda la información sobre cada uno de los pasos.

Los viñedos que se encuentran en el predio desde noviembre pasado han comenzado a crecer lentamente. “Son seis cepas diferentes que tenemos gracias al aporte del Fondo Vitivinícola y por suerte han prendido bien”, contó Guillermo Barletta, director de Turismo de la comuna.

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