El país del futuro

Y aquí estamos, otra vez, pagando todos -Argentina y Uruguay más que todos- las consecuencias de la crisis del líder regional

Por Fernando Iglesias - Periodista. Especial para  Los Andes

Mucho antes de que el turismo de masas argentino descubriera Angra dos Reis yo pasaba todo el tiempo que podía en Brasil. Corrían los '80, trabajaba de entrenador de equipos de voleibol; Brasil se perfilaba como la gran potencia voleibolista que es hoy, y mis vacaciones transcurrían presenciando el espectacular campeonato brasileño, observando entrenamientos, conversando con preparadores físicos y entrenadores y paseando las playas mais grandes do mundo entre las garotas mais belas do mundo. Era un programa que no admitía comparación.

Conociendo a Lula

Recuerdo aún la emoción de llegar por primera vez a la Rodoviaria de Sao Paulo cargado de valijas, después de 36 horas de viaje en ómnibus, y salir corriendo para comprobar que la mítica Ipiranga y Sao Joao de Caetano Veloso era una esquina más.

Así, como pude, aprendí casi todo lo que sé de portugués; gracias a las enseñanzas del cuarteto Caetano-Chico-Milton-Fagner. Así, además, pude disfrutar de los encantos de la caipirinha, el maracuyá y el camarao primero que nadie, casi en exclusiva, mucho antes de que se convirtieran en tendencia nacional. Y fue así, también, que conocí a Lula, a quien hice víctima de mi primer reportaje periodístico en el local que la Central Única dos Trabalhadores se disponía a inaugurar en el ABC de Sao Paulo. Si mal no recuerdo, era 1984 y yo paraba y deglutía toneladas de arroz con feijao en la casa de Luiz Gushiken, el sindicalista bancario del PT de origen japonés, quien terminó dirigiendo dos campañas presidenciales de Lula y siendo su ministro comunicaciones, para acabar procesado y absuelto en el Mensalao.

Sepan perdonarme, pues, si no la pasé bien en los tiempos de "Brasil, decime que se siente", ni celebré el 1-7 con Alemania, ni mucho menos festejé por el impeachment de Dilma y el Temerazo posterior. Es que, por años, observé el desarrollo del PT con la esperanza de que se convirtiera en un partido socialdemócrata modernizador; en una especie de SPD latinoamericano capaz de guiar a Brasil al desarrollo, cerrándole el camino a los populismos caudillistas y estableciendo un estándar republicano en la región. Falsas ilusiones. El fracaso del PT terminó siendo el de Brasil y el de Sudamérica. ¡Cuánto hemos perdido todos, sudamericanos de derecha y de izquierda, con las claudicaciones y debacles del PT! Nada sorprendente, por otra parte, visto el peso enorme de Brasil en Sudamérica, de la cual representa la mitad del territorio, el PBI y la población.

Por eso, lejos de alegrarme, me decepcionaron tanto el Mensalao, primero, como el Lavajato y Odebrecht, después, y el caso JBS (empresa cárnica de Joesley Batista), hoy. Aunque mi primera y mayor decepción fue ver a la otrora poderosa Itamaraty doblegarse al sector más populista del PT y aceptar, primero, e impulsar, finalmente, el inicuo régimen de Chávez. Para quienes creen que las relaciones internacionales son secundarias, hay en esto una lección: fue la alianza entre Lula y Chávez la que anticipó -seguramente- y determinó -probablemente- el derrotero populista de gran parte de Sudamérica y del propio Brasil. Sin la entente Lula-Chávez el régimen bolivariano hubiera sido de muy dificultosa sustentabilidad. Acaso el kirchnerismo, también. La historia de Lula llamando a Cristina y convenciéndola de no renunciar en 2008, después de la derrota de la 125, es más que una anécdota: tiene la fuerza de una demostración.

Tampoco fue motivo de alegría, para mí, la caída de Dilma; que resulta un abuso calificar de golpe ya que respetó un mecanismo constitucional perfectamente legal y reconocido, pero que fue injusta e irresponsable, también. Y aquí estamos, otra vez, pagando todos -Argentina y Uruguay más que todos-  las consecuencias de la crisis del líder regional y tratando de sacar conclusiones que ayuden a vivir; es decir: a evitar la repetición de errores no forzados y preparar un futuro mejor. Probemos a enunciar algunas.

Pagar y devolver

Una justicia verdaderamente independiente y una legislación efectiva son decisivas para enfrentar la corrupción. Si los descuentos de pena a los arrepentidos pueden ser fijados por un acuerdo del acusado con el ministerio público -como en Brasil y los Estados Unidos- el estímulo a denunciar es alto. Si dependen de la decisión del juez al final del proceso -como en Argentina-, no. Además, si por un cuarto de siglo los poderes políticos decisivos en la designación y remoción de jueces -Ejecutivo y Senado- son monopolizados por una mafia, como sucedió en Argentina entre 1989 y 2015, la posibilidad de que esa mafia -y no sus testaferros- pague por sus pecados y devuelva lo robado es pequeña. Tesis demostrada, contundentemente, por el hecho de que primeras figuras del PT como Dirceu y Palocci estén presos, mientras que los De Vido y Cristina nacional-populares de la Argentina se pasean libremente por Europa y critiquen al Gobierno desde sus bancas en el Congreso Nacional.

La apuesta por el Mercosur ha sido, a la vez, excesiva e incompleta. Mientras la caída de la Bolsa argentina después del Temerazo (-10% el índice Bovespa, -3% el Merval) muestra hasta qué punto nuestras economías son interdependientes, el Mercosur sigue siendo un conjunto de promesas incumplidas: ni unión tarifaria ni aduanera, ni integración general de las cadenas productivas, ni coordinación macroeconómica y cambiaria, ni mercado común. La actual devaluación del real en el marco de una economía brasileña recesiva y de un saldo comercial bilateral negativo para Argentina (U$$4.333 millones en 2016, con un aumento interanual del 72%) que duplica el saldo comercial positivo general (U$S2.128 millones), implica un agravamiento importante del atraso cambiario, ya que Brasil es nuestro principal socio comercial y el destino del 40% de las exportaciones industriales nacionales.

Motivo por el cual parece llegado el momento de enfrentar esta disyuntiva: o Argentina apuesta por una diversificación de las exportaciones mucho mayor -especialmente, en el terreno automotor- o el Mercosur avanza en alguna forma de integración monetaria -banda de fluctuación, más que moneda única- que neutralice las devaluaciones competitivas de ambas partes y ponga freno a la anarquía financiera en la región.

Segundón conservador

Resulta francamente insultante para cualquier inteligencia humana que el kirchnerismo pretenda atribuir el fracaso de Temer a una supuesta derecha neoliberal. Temer fue el vicepresidente de Dilma, y no de Macri, del PT, y no del PRO; y si a alguien se parece personalmente es a Scioli; un segundón conservador y mediocre a la búsqueda eterna de su oportunidad para traicionar. Significativamente, por movimientismo, tamaño, indefinición ideológica y niveles de corrupción, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) del que proviene Temer no se parece al PRO ni a Cambiemos, sino que es la versión tropical light del Partido Justicialista. Como tal, replica la devota sumisión del PJ al revolucionarismo triunfante del PT y el FPV; para no mencionar la pejotista puñalada por la espalda que le aplicaron a Dilma en el momento de la destitución.

La actual crisis brasileña abre, finalmente, la posibilidad de un renovado balance sobre el saldo del populismo de tintes izquierdosos que gobernó durante una década la mayor parte de la región. Un populismo paradójico que fructificó gracias a los precios crecientes de las commodities que proveyó la vituperada globalización y que, como escribió Macedonio Fernández, mientras duró, de todo hizo placer; cuando se fue, nada dejó que no doliera. Bastó una merma en los precios crecientes de la soja y el petróleo, que triplicaron y decuplicaron sus precios para beneficio de los Kirchner y de Chávez, para que la estantería económica populista que desprecia la productividad y la competitividad se viniera abajo. Comparar la gestión de la crisis sucesiva en manos de Maduro, Temer y Macri permite evaluar el mediocre 2016 económico de Cambiemos en la perspectiva adecuada: la de una gestión exitosa de la crisis y la evitación de un mal mucho mayor.

No solo no fuimos Venezuela, sino que tampoco derrumbamos 8% el PBI en dos años ni hubo un aumento del 34,3% en el número de desocupados, como pasó en Brasil.

Brasil es el país del futuro, y siempre lo será. Así decía, allá por los '80, la pesimista frase acuñada por los brasileños después de mucho fracaso y mucha decepción. Luego llegaron el primer gobierno de Lula, la esperanza de una regeneración encabezada por Dilma y los fuegos de artificio del Mundial y las Olimpíadas que parecieron, por un largo momento, capaces de archivar la vieja profecía en el desván. Y aquí estamos, de nuevo. Tratando de adivinar si la luz al final del túnel del Mani Pulite versión Lavajato es la de un tren o la del sol.

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