Advierten contra las "extravagancias" de nombres que eligen los papás por el nuevo Código Civil

Especialistas dicen que la libertad personal termina en el derecho de los niños .Venus Frutilla, Lucifer o Gohan, algunos de los elegidos.

Amparado en los principios de libertad personal, el nuevo Código Civil y Comercial que rige en el país desde el 1 de agosto, establece la posibilidad de que los padres inscriban en el Registro Civil a sus pequeños con el nombre que prefieran. Esto significa que no necesariamente debe figurar en la lista de los autorizados oficialmente, como era hasta antes de la puesta en marcha de la actual norma.

En ese sentido, el único límite es que los padres apelen a la razonabilidad y que su elección no sea extravagante o implique una ofensa para el niño o niña.

Ahora bien. Debido a que esta evaluación queda al criterio y la subjetividad de cada oficial de justicia -que tiene el poder de aprobar o desaprobar el nombre propuesto por los progenitores- hoy es posible encontrar a niños y niñas argentinos llamados, por ejemplo, Venus Frutilla, Lucifer o Gohan (igual que un personaje del dibujo Dragon Ball Z).

Al mismo tiempo y cuando los chistes y mensajes de rechazo no se hicieron esperar en las redes sociales, ya hubo solicitudes rechazadas, tal como sucedió hace poco con un pareja santafesina que pretendió llamar a su pequeño Yerbabrava, como la banda de cumbia. En la misma lista de los no admitidos aparecieron Agua Pinta para niña y Fox para varón.

Desde el punto de vista legal, el experto en jurisprudencia Pablo de Rosas, detalla que a diferencia del código anterior, el vigente establece en su artículo N° 63 que la denominación de “nombre” cambia ahora a “prenombre”. Otro cambio es que a las restricciones ya citadas se suma que éste debe estar en sintonía con el derecho a la identidad establecido en la Convención Internacional de los Derechos del Niño.

De Rosas aclara que también ha quedado establecida la obligación de los registros civiles de cada provincia de capacitar a su personal respecto de lo establecido las normas vigentes. “Lo que ocurre aquí es que se plantea una ponderación entre la libertad de los padres y la razonabilidad del personal que esté presente en ese momento para inscribir al niño o niña”, analiza.

Una marca de identidad
Lo cierto es que lejos de tratarse de una selección trivial, el nombre de pila que los padres eligen para su hijo o hija constituye esa marca personal con la que cada ser se presentará al mundo a lo largo de toda su vida. Incluso -explican los especialistas con la mirada puesta en la carga psicológica que guarda esta elección- se trata de uno de los componentes más importantes que forman parte de la construcción de la identidad.

Para la psicopedagoga Mónica Coronado, el hecho de elegir un nombre para un hijo/a va más allá de una denominación y guarda detrás de sí las expectativas, sueños, deseos y fantasías que los padres tienen sobre su futuro.

“Además es algo que nos representa socialmente inclusive desde antes de nacer”, dice Coronado y opina que el nombre no debe ser algo que implique poner en ridículo o provocar que el destinatario sea blanco de rechazos o burlas.

Ella considera que lamentablemente “no siempre todos los padres quieren lo mejor para sus hijos ni actúan pensando en su beneficio”. Por eso, el Estado debe garantizar el derecho al niño o niña de recibir un trato digno y afectuoso. Además -opina Coronado-, la libertad bien entendida implica tener en cuenta el derecho de los demás.

“El nombre no es un corte de pelo; se trata de algo serio que marcará al niño por el resto de su vida y si está cargado de connotaciones negativas como es el caso de Lucifer, puede ser ofensivo”, opina la especialista.

Verónica García, psicóloga especializada en infancia, destaca que el nombre de cada persona es uno de los pocos rasgos que constituyen el propio ‘yo’. “Se trata de algo que alguien elige para nosotros y que luego formará parte de las identificaciones mediante las que conformaremos nuestra personalidad”, detalla García.

A lo largo del proceso de apropiación, las consecuencias pueden ser negativas para el niño o niña si se trata de un nombre que guarda una connotación negativa a nivel cultural, más allá de su significado de origen.

Lucifer, por ejemplo, significa “portador de luz”, pero desde la mirada de todas las religiones y culturas, reviste la imagen de Satanás, es decir, del portador del mal en el mundo. “El niño o niña en esa situación se ve sometido a portar con una carga social muy pesada”, puntualiza la psicóloga.

Mendocinos, conservadores
A diferencia de otras provincias, como Santa Fe, Córdoba o San Juan, en Mendoza no se han registrado casos en los que la voluntad de los padres por inscribir a sus hijos con nombres considerados extravagantes o extraños ha sido noticia a nivel nacional.

Según explica Olga Videla, directora del Registro Civil de la Provincia, aquí es más común que los papás opten por nombres de moda o bien, se inclinen por aquellos que son furor a partir de alguna telenovela del momento.

“Los mendocinos de por sí somos conservadores; siempre se prioriza el hecho de tener un nombre bonito. Además, por lo general, la gente consulta y cada vez que a un oficial de justicia se le plantea una duda respecto de si debe o no inscribir a un bebé con un nombre que le parece algo extraño el tema se evalúa en conjunto”, agrega Videla.

La metodología para registrar a los pequeños que nacen en las diferentes maternidades provinciales consiste en que ya desde el mismo momento del parto, el médico anota los datos de la mamá y el bebé en el Certificado de Nacido Vivo.

Luego, esa información -con el nombre mencionado por los padres en ese instante- es derivada al Registro Civil y a partir de allí los progenitores tienen cuarenta días para cambiar el nombre que habían expresado en un principio. “Si no van a inscribirlo, el sistema lo hace de oficio con el nombre que la mamá mencionó en el momento del parto”, aclara Videla y agrega que por lo general todos los bebés tienen su nombre antes del nacimiento.

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