No fueron pocas las voces que se hicieron sentir por estos días en diversas partes del país acerca del funcionamiento político institucional de la provincia de Mendoza, dentro del cual los comicios provinciales fueron un importante ejemplo positivo, en particular debido al modo en que se comportaron sus principales candidatos provinciales, que aportaron sus ideas sin agresiones innecesarias entre ellos.
Aunque, lamentablemente ese estado de alta civilización no se tradujo en todos los municipios, en muchos de los cuales la campaña sucia fue moneda corriente.
No obstante, a partir de la observación de esta realidad en lo que tiene de positivo, algunos han profundizado en peculiaridades de la provincia como la de que junto a Santa Fe es la única que mantiene la no reelección inmediata de su gobernador.
Eso que poco tiempo atrás era considerado como un atraso frente a la ola reeleccionista y luego re-reeleccionista que se apoderó de casi todo el país, hoy es visto como algo ventajoso a mantener.
Una ola anti-reeleccionista está avanzando sobre América Latina. Primero fue Chile y ahora lo es Brasil y Colombia, porque está demostrado que los hegemonismos (motivados en gran parte por mantenerse demasiado tiempo en el poder) no conducen a nada bueno, ya que la corrupción está siempre al acecho.
Fueron organismos nacionales los que valoraron que, desde 1983 a la fecha, Mendoza haya tenido cinco gobernadores peronistas y cuatro radicales, en una alternancia muy razonada y equilibrada en la que nunca nadie se queda con todo el poder de modo hegemónico, y donde el control mutuo es materia corriente, particularmente en la Legislatura ya que también los comicios de medio tiempo tienen similares alternancias.
Se verifica entonces que donde no ha habido reelecciones, que es en la cuestión provincial, la institucionalidad se mantiene con fuerza y el respeto está muy generalizado, mientras que en los municipios, donde las reelecciones son indefinidas, se tiende a generar verdaderos feudos que felizmente y en gran medida esta elección ha desbaratado al criticar los excesos de poder en los que muchos intendentes pueden haber incurrido.
Es obvio entonces la conclusión: así como cada día es mejor vista la no reelección de las autoridades provinciales, del mismo modo deberían ponerse cuanto antes límites a las reelecciones municipales.
Mendoza tiene, además, partidos fuertes ya que tanto el justicialismo como el radicalismo tienen una profunda tradición local que, aunque los lleve a adherir a las posturas nacionales de sus respectivos partidos centrales, siempre existe una impronta local que pone límites al centralismo, y cuando eso no ocurre, u ocurre menos, el electorado lo castiga con su voto.
Porque el sufragio del mendocino no es contrario a establecer sensatas relaciones con los gobiernos nacionales, pero no simpatiza en absoluto con relaciones de subordinación.
En síntesis, que a pesar de no haber reformado su Constitución, o quizá en parte debido a ello, el modelo político mendocino goza de buena salud y es admirado por muchos cuando se pone en funcionamiento.
Por eso, cuando se establezcan reformas deberán servir para mejorarlo, no para cambiarlo por otro o para quitarle sus mejores esencias. Sólo en esas condiciones el pueblo brindará su aprobación a las reformas, para que se profundice lo mucho de bueno pero no para que entre lo malo que nos rodea por todas partes.