El imperio peronista

Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar

Lo hemos dicho mil veces. Digámoslo, entonces, una vez más. En muy pocas oportunidades los candidatos presidenciales con chances de llegar se parecieron tanto entre sí, sea personal como ideológicamente, sea en estilo como en contenido. Scioli, Macri y Massa son absolutamente intercambiables. Uno podría estar en el lugar de los otros dos y viceversa, sin que se alterara nada de nada.

Sin embargo, junto a esta indistinción genérica, nunca en mucho tiempo se habían puesto tantas fichas en que esos hombres tan iguales entre sí, representaran proyectos tan absolutamente diferentes entre sí.

En efecto, ya hace bastante tiempo que salvo algunos pocos pensadores razonables como Luis Alberto Romero (leer su nota en esta edición de Los Andes) o Álvaro Abós (o, claro, Cristina Fernández, pero por otras razones y representando ella en esta cuestión a una minoría dentro del peronismo), casi nadie habla de unas elecciones en las que compiten el kirchnerismo versus el no kirchnerismo.

O sea entre un gobierno que termina y otro que empieza. No. Acá se viven profundísimas ambiciones fundacionales, de marca mayor y a cada candidato le han puesto el sayo de una responsabilidad que en principio parece un tanto exagerada, al ver la personalidad de los erigidos.

Así, a Mauricio Macri están los que le vienen susurrando desde hace varios meses que él es el elegido para acabar con setenta años de peronismo.

Que bajo su conducción el antiperonismo debe terminar con la causa del gran mal argentino que impidió crecer al país. Sólo se trata de salvar, como máximo, una estatua de Perón y sus banderas históricas de modo abstracto para seducir o neutralizar a algún peroncho dudoso, pero la clave está en terminar con el régimen culpable de la decadencia argentina. De lo que se trata es de que no quede un solo ladrillo que sea peronista.

Por su lado, en sus antípodas, Daniel Scioli es la gran esperanza que tiene el peronismo (no el kirchnerismo, sino todo el resto del peronismo) de eternizarse en el poder para siempre jamás.

El peronismo ontológico, como brillantemente dice Jorge Asís: “En la Argentina ontológicamente peronista se viene el peronismo ontológico que fue, en estos doce años, un instrumento complementario. Un beneficiario culposo del festín. O apenas un aplaudidor serial para ‘estar adentro’ y sobrevivir”.

Asís habla de ese enorme puñado de caudillos territoriales y sindicales que durante doce años bajaron la cabeza para aprovecharse culposamente de todas las ventajas que el kirchnerismo les regaló a cambio de su sumisión a una ideología supuestamente progre en la que jamás creyeron (como tampoco creyeron en las otras que antes les buscaron imponer, como el menemismo liberal o la renovación socialdemócrata).

Esos peronistas son los herederos gastados de los que nacieron en el Estado plebeyo, corporativo y proletario que gestó Perón en 1945 y que sobrevivieron a la resistencia peronista hasta el retorno en 1973.

Allí despreciaron y combatieron a los Montoneros primero, pero cuando vieron que López Rega los complicaba, exigieron a Isabel que lo exiliara. Intentaron llegar al poder con Luder-Herminio Iglesias en 1983 pero fueron batidos por Alfonsín. Desde entonces se convirtieron en grandes sobrevivientes a cambio de aceptar todo sin pegarse del todo a nada. Algo así como decir: “Mi cuerpo es tuyo pero mi alma jamás”.

Vivieron indigestamente la renovación peronista demasiado pituca y radical para ellos, pero se colaron en la misma hasta que Menem los reunificó.

Pero el riojano se hizo muy liberal, aunque también lo bancaron con todo sin pegársele del todo. A Duhalde siempre lo consideraron uno de los suyos, pero éste duró poco, hasta que llegaron los Kirchner que los obligaron a amar a los Montoneros contra los que ellos habían combatido en viejos tiempos legendarios.

Aún así besaron de nuevo a la corona para seguir sobreviviendo pero ahora esperan -por desgaste o por descarte- llegar ellos solos al poder e inaugurar el imperio peronista, ese donde nada es imposible que suceda salvo que ellos dejen el poder y los cargos.

“Si ganamos con todo lo que la señora le hizo al Daniel para humillarlo y para colmo con la candidatura del piantavotos del Aníbal Fernández, es que el peronismo está condenado a gobernar per secula seculorum”, dicen ellos esperanzados.

Si pudieron seguir vivos bancando todo pero sin comprometerse del todo con nadie, mientras que los que se creyeron más inteligentes que ellos fueron cayendo todos, ahora sólo les queda matar al último intento de gobernarlos desde adentro con ideas de afuera, que es el kirchnerismo y piensan matarlo del modo en que mejor saben: desde la indiferencia.

Mirando para otro lado mientras les van sacando todo aquello que los kirchneristas se fueron guardando entre los laberintos del poder por si los sciolistas los traicionaban.

“Si ya todos los infiltrados cayeron, los montos zurdos, el lopecito astrólogo, los renovadores cheto-partidocráticos, el menemismo neoliberal y esta mezcla falsete de todos ellos que fue el kirchnerismo, y nosotros los sobrevivimos a todos, es que la historia nació para ser nuestra”, insisten los peronchos.

O sea, la Argentina electoral de 2015 -por debajo del desgano de las campañas- está viviendo bajo dos grandes sueños fundacionales. El del antiperonismo que cree poder acabar de una vez por todas con setenta años de peronismo, como ya lo intentara en innumerables ocasiones, fracasando -hasta ahora- irremediablemente en todas ellas, o el del peronismo peronismo que pueda liberarse definitivamente de todo infiltrado por dentro y de todo gorila por afuera, para instalar de una vez y para siempre el imperio peronista.

Ese imperio que magistralmente define el escritor mendocino Mario Japaz en su reciente libro, “El imperio de los tecnoperones”, donde nos cuenta, en un estilo que él denomina de “ciencia ficción justicialista”, una fábula futurista en la cual el peronismo logra gobernar por los próximos siglos a la República Argentina y los distintos gobernantes pasan a denominarse Perón II, III, IV y así hasta el infinito. A la espera de que algún día regrese alguien que pueda unificarlos a todos, como lo hizo Perón en su primer gobierno.

Mientras, detrás de esa utopía regresiva del eterno retorno se construye el imperio que Japaz grafica rotundamente así: “Este imperio se basa en algo tan claro y tan sencillo como la alternancia dentro del partido... Se necesita alternar porque cuando un Perón se satura o se va al carajo y hace las cosas mal, muy mal o pésimamente mal y ya no se le puede echar la culpa a entidades extranjeras, traidores o gorilas, se soluciona de la forma como la hemos venido haciendo por trescientos años...  Sube otro Perón que decimos que es el verdadero porque el Perón anterior era un engaño y que en realidad ni era un Perón sino un Perón anti-Perón que usó al movimiento para beneficio propio y seguramente de potencias extranjeras…  Entonces todos quedan contentos…  ésa es la belleza del Peronismo”.

En síntesis, que algo debe habernos introducido en nuestros cerebros inconscientemente el peronismo en su versión K dentro de esta década increíble, para que sean tantos los que crean que uno de ellos -Scioli, Macri o quizá Massa- con sus módicas presencias, puedan unos acabar con setenta años de historia u otros imponer un imperio secular que sobrevivirá al fin de los tiempos.

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