El hospital del Ejército

Las batallas que asomaban en el horizonte implicaban riesgos para la vida de oficiales y soldados que los médicos del ejército intentaban mantener a salvo y los capellanes tranquilizar.

El 23 de enero partieron por el camino de los Patos el 1er y 2do escuadrón de Granaderos a caballo comandados por el teniente coronel Matías Zapiola, seguidos, en la retaguardia, por uno de los hospitales del ejército y parte del cuerpo médico. Desde que los romanos expandieron su imperio, los ejércitos incluían personal especializado para atender heridos y enfermos.

La práctica se mantuvo a través del tiempo y, en el siglo XVIII, la profesionalización del Ejército y la Armada españoles, incluyó la organización de cuerpos sanitarios que se regían a través de Ordenanzas específicas.

En el Río de la Plata, las guerras multiplicaron la necesidad de médicos y cirujanos, por lo que, en 1813 la Asamblea creó el Instituto Médico Militar para formar profesionales que se encargasen del cuidado de las tropas.

Al año siguiente, Cosme Argerich y James Paroissien organizaron el Departamento de Hospitales del Ejército y, establecieron el Reglamento del Cuerpo de Médicos militares. Estas instituciones resultaron importantes a la hora de organizar los hospitales del Ejército de los Andes.

La formación del hospital militar

En febrero de 1814, luego de asumir el mando del Ejército del Norte en Tucumán, San Martín reclamaba al Director Supremo fondos para reorganizarlo.

En su oficio, subrayó el lamentable estado en el que había encontrado a aquellas fuerzas, describiendo su hospital: “[...] sin medicinas, sin cajas de instrumentos, sin útiles para el servicio, sin colchones, almohadas, sábanas, ni cubiertas de ninguna clase. Unos hombres tirados en el suelo, que después de haberse sacrificado en una campaña desastrosa, añaden a la aflicción de sus males el desconsuelo de no poder ser atendidos del modo que reclaman la humanidad y sus propios méritos”.

El fragmento exhibe la importancia que San Martín le atribuía a las condiciones en las que en las oficiales y soldados se preparaban para enfrentar el combate, tanto como su concepción de un ejército profesional que debía tener soldados bien pagados, vestidos y alimentados, bien provistos de armas, municiones y medicinas.

También permite entender los esfuerzos de San Martín para organizar el Hospital Militar. En setiembre de 1815, ante la posibilidad de atacar a los realistas en el verano, solicitó al Directo Supremo un botiquín completo con medicinas y aparatos quirúrgicos que pudieran trasladarse durante una campaña ya que, sostenía: “Aquí, no tenemos ni una sola hila”.

Añadió una lista de medicinas y útiles necesarios elaborada por el cirujano del ejército. El Director Supremo pospuso el envío de un botiquín hasta que se aprobara la expedición a Chile, pero más tarde, reemitió una parte, de acuerdo con el análisis del Instituto Médico Militar.

Por entonces, en Mendoza, sólo existía el hospital de San Antonio, administrado por los frailes betlemitas, una orden hospitalaria establecida en Mendoza 1763.

En noviembre de aquel año, San Martín decidió establecer el Hospital Militar en el edificio del betlemita, porque éste no resultaba suficiente para “asistir la multitud de enfermos, que la acuden”, y pidió al cabildo 20 catres, 30 colchones y almohadas rellenas con lana, o, al menos, con paja.

Al mes siguiente, mientras se ocupaba de hacer colocar las ventanas y rejas en el nuevo edificio, pidió la donación de 6 petacas, o maletas, que pudieran cerrarse con correas o candados.

En enero de 1816, el nuevo hospital estaba casi listo, pero todavía faltaban medicinas, por lo que el vecino Ángel Correas debió entregarle al cirujano del ejército las que tenía en su tienda.

Se necesitaban frascos de tres tamaños distintos que era imposible conseguir en los comercios de Mendoza, y San Martín le encargó al cabildo que los consiguieran “en obsequio de la humanidad y la justa causa”.

En marzo de 1816, para terminar de completar el botiquín, San Martín renovó sus pedidos al Secretario de Guerra, transmitiendo un reclamo del cirujano. La nueva consulta al Instituto Médico Militar obtuvo una respuesta favorable de Cosme Argerich, y se completó el botiquín para el hospital y la campaña militar.

Médicos, cirujanos y ayudantes

Aunque no había muchos médicos en el Río de la Plata, San Martín encontró en Mendoza al doctor Juan Isidro Zapata, quien había emigrado de Chile después de la derrota de Rancagua. Zapata se convirtió en su médico particular y en cirujano del ejército.

Era un mulato peruano que había ejercido la profesión en Chile desde fines del siglo XVIII, y que, en 1811, había sido nombrado cirujano de un batallón de Granaderos. En la época era considerado un “práctico”, ya que tenía más oficio que conocimientos teóricos.

En setiembre de 1816, James Paroissien fue nombrado cirujano mayor del ejército, y Zapata se transformó en su segundo. Su trayectoria es exótica, ya que llegó al Río de la Plata en 1807 como parte de la expedición inglesa que invadió Buenos Aires y, terminó sumándose a los revolucionarios y obteniendo carta de ciudadanía en las Provincias Unidas.

Entre sus servicios a la causa patriótica se destacaba su participación como cirujano en la expedición militar dirigida por Castelli al Alto Perú en 1810, la dirección de la Fábrica de pólvora en Córdoba, la colaboración con el Instituto Médico Militar y con el director supremo Ignacio Álvarez Thomas como parte de su Estado Mayor.

Paroissien era un hombre de acción, en el Ejército de los Andes fue ascendido a teniente coronel y, además de atender el hospital, fue edecán del general Soler en Chacabuco.

El cuerpo fue completado con otros personajes que, aunque menos conocidos, resultaron importantes. Probablemente tenían estudios y experiencia suficiente para desempeñarse como ayudantes de los cirujanos o practicantes.

Los cirujanos también contaron con la ayuda de 4 frailes betlemitas: Antonio de San Alberto, Toribio Luque, Agustín de la Torre y José María de Jesús, experimentado en el cuidado y la atención de enfermos. En enero de 1817, el cuerpo médico de los hospitales militares de campaña estaba integrado por 47 miembros.

Los hospitales del ejército con sus botiquines acompañaron a las divisiones que marcharon por los caminos de Uspallata y Los Patos. El ayudante de cirujano don José Manuel Molina y fray José Toribio Luque dirigieron el hospital móvil de la división que comandaba Las Heras.

De acuerdo con las órdenes emitidas durante la marcha, los médicos acampaban junto a la Plana Mayor del Nº 11, y hacia donde los responsables de cada cuerpo militar que tuvieran enfermos, enviaban una papeleta para solicitar atención.

El cirujano Mayor James Paroissien y el cirujano de 1º clase Juan Isidro Zapara y su ayudante, estuvieron al frente del hospital móvil que cruzó la cordillera por el camino de los Patos. Este hospital móvil marchaba un poco más adelante del Estado Mayor y, llevaba carpas para atender a los enfermos.

Largas marchas por caminos difíciles bajo el sol del día, alguna caída o tropiezos de los soldados que alternaban las cabalgatas en mula con las caminatas; el apunamiento, o ‘soroche’, provocado por el efecto de la altura sobre el organismo que se combatía de manera tradicional con cebolla y ajo; el intenso frío de las noches; debieron fatigar a la tropa y producirle diversos malestares, aunque no se registraron grandes inconvenientes.

La atención de miles de soldados avanzando por los caminos de la cordillera fue difícil. Los enfermos que no pudieron seguir las marchas fueron dejados en el camino para ser atendidos por los cirujanos o trasladados a la ciudad por algunos de los 1.200 milicianos que seguían al ejército.

El 24 de enero, O’Higgins emprendió la marcha hacia la Ciénaga de Yalguaraz dejando dos cabos y dos soldados enfermos al cuidado del maestro de posta en el caserío de las Cuevas. No era demasiado lo que podía hacerse para enfrentar las condiciones ambientales. El 31 de enero, después de un día de “marcha penosa”,  O’Higgins describía sus efectos:

“Entrada la noche me vi en riesgo de que la tropa por el frío intensísimo que experimentamos en el día de ayer sufriese algún contraste sensible e importante. Pero por haberla reforzado con un poco de vino, logré no haber tenido más pérdida que la de un negrito que ya venía bastante enfermo”.

El 1 de febrero, O’Higgins tuvo que reemplazar a su Ayudante de campo porque había caído enfermo y, al día siguiente, se encontró a un soldado del Nº 7 muerto en su cama sin causa conocida.  Los primeros encuentros con el enemigo complicaron la situación para el cuerpo médico en el camino de Uspallata. El 25 de enero una partida del ejército enfrentó a una avanzada realista pasando el Río de las Vacas, dejando un saldo de 13 heridos patriotas.

A pesar de los esfuerzos del cirujano Molina y, de los remedios de su botiquín, cuando el 28 de enero Las Heras continuó su marcha desde Uspallata con el grueso de las tropas, dejó 16 ó 17 enfermos, 10 de ellos heridos y 5 en grave estado.

El 10 de febrero, las milicias llegaron por el camino de Uspallata a la ciudad con 19 enfermos, 10 de ellos fueron heridos en la toma de la Guardia Vieja del 4 febrero, para Luzuriaga el número era muy escaso, y mostraba que la Providencia velaba sobre el Ejército de los Andes.

Una vez que llegaron al valle comenzaron los preparativos para montar un hospital fijo. El 10 de febrero, San Martín le ordenó al Cirujano Mayor que estableciera el hospital general del ejército en la villa de Santa Rosa aprovechando las camas y medicinas que estaban disponibles en el hospital de la villa de San Felipe.

En Santa Rosa, el ejército consiguió un botiquín completo que abandonaron los realistas, que completó su provisión de medicinas e instrumentos. Todo estaba preparado para la batalla. El combate de Chacabuco que dejó un saldo de más de 120 heridos y sólo 12 muertos en el Ejército de los Andes. Aunque, con seguridad, la tarea del cuerpo médico fue muy ardua, porque se tomaron 32 oficiales y 600 soldados prisioneros.

Silueta biográfica

James Paroissien, cirujano en el Ejército de los Andes.

Origen. James Paroissien nació en Essex, Inglaterra en 1781, en una familia de ascendencia francesa.

Nuevo continente. Llegó al Río de la Plata en 1807 como médico de la fracasada expedición británica contra Buenos Aires. Se instaló en Río de Janeiro donde se convirtió en agente de la infanta Carlota Joaquina de Borbón que intentaba ser reconocida en el trono de España.

En 1808 fue descubierto en Montevideo y, acusado de alta traición, permaneció en la cárcel de Buenos Aires hasta que los revolucionarios lo liberaron en 1810.

Revolucionario. Se unió a la revolución y realizó distintas tareas hasta que en 1816 se incorporó al ejército en Mendoza como cirujano jefe.

Participó en el Cruce de los Andes y en las principales batallas de la guerra de independencia de Chile alcanzando el grado de coronel.

Participó de la expedición al Perú como cirujano mayor del ejército y edecán de San Martín.

Diplomacia. Fue enviado en misión diplomática a Londres para conseguir fondos para continuar la guerra, gestionar el reconocimiento de la independencia de los nuevos estados americanos y un candidato para el trono de un Perú monárquico.

Después de la renuncia de San Martín retornó al Perú, y estuvo en el ejército de Simón Bolívar hasta el fin de la guerra.

Fin. Formó una empresa minera con capitales ingleses en Bolivia cuya quiebra lo dejó en bancarrota. Murió en alta mar, de regreso a Inglaterra, en 1827.

Homenaje

Escuelas. La 1-601, de Capital. 
Espacios. En Argentina, hay dos hospitales que llevan su nombre: el de Maipú (Mendoza) y otro en la ciudad de Isidro Casanova (provincia de Buenos Aires).

Bibliografía

- Barros Arana, Diego., Historia Jeneral de Chile. T. X. Santiago, Rafael Jover Editor, 1889. 
- Podgorny, Irina., Los cirujanos de la guerra. La Revolución de Mayo y la medicina. Ciencia Hoy, Volumen 20, número 118, agosto - setiembre 2010, pp. 53-57.

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