El fútbol argentino entre la declamación vacía y el denuncialismo vago

La presentación rimbombante de la Súper Liga, realizada en un formato propio de la cinematografía, se ajustó más al concepto de show que de competencia entre los equipos.

Por Fabián Galdi - fgaldi@losandes.com.ar

Dentro de una semana se cumplirán cinco meses desde que Claudio Tapia fuera elegido presidente de la Asociación del Fútbol Argentino. Durante esta nueva etapa, dos hechos tangibles ocuparon el centro de la escena: primero, la asunción de Jorge Sampaoli como entrenador del seleccionado argentino; segundo, la cristalización del producto televisivo para las transmisiones de los partidos en manos privadas.

Sin embargo, el punto medular de la transformación que necesita el fútbol argentino aún no se ha planteado. Un muestrario de frases hechas y de ocasión, en un indisimulable tono protocolar, sólo aportaron el sostenimiento de una actitud gatopardista por parte de la dirigencia. Acciones tenues, apenas, y no las modificaciones profundas que se requieren para decantar en un cambio de fondo y no meramente de forma.

La presentación rimbombante de la Súper Liga, realizada la semana pasada y en un formato propio de la cinematografía, se ajustó más al concepto de show que de competencia entre los equipos integrantes de la élite futbolística nacional. La liga argentina es una de las más competitivas del mundo y cuyo interés aumenta gracias -también- a los logros en certámenes internacionales de jerarquía que frecuentemente obtienen representantes de nuestro suelo.

De todos modos, pareciera que las relaciones asimétricas tenderán a perpetuarse -lenta, pero progresivamente- entre las diferentes categorías que presenta la actividad en todo el territorio argentino. Con la disparidad de presupuesto entre la primera división y las restantes - tanto en los participantes de los torneos metropolitanos como en los federales- los grandes serán más grandes y los chicos, más chicos.

Un ejemplo cercano está ocurriendo en estas semanas con la disputa de la Copa Argentina, quizás el mejor producto lanzado por la AFA en lo que va de este siglo. El origen de esta competición fue la de permitir que todas las entidades futbolísticas afiliadas -directa o indirectamente- contaran con una oportunidad de confrontar con los más poderosos una vez cada año, al menos, y sin necesidad de hacerlo a través de las contrataciones en partidos amistosos.

De todas maneras, pasado el fervor inicial, el presente muestra que los calendarios están confeccionados a la medida de los equipos más fuertes de la división superior y que los que juegan en divisionales más bajas deben adaptarse a la fuerza a las condiciones impuestas por los más fuertes. Por eso, hay planteles de clubes de escaso presupuesto que deben rearmarse de apuro para poder competir en un plano de cercanía con otro plagado de estrellas de renombre y con semanas de trabajo ya consolidado.

En el medio de la puesta en escena fueron ganando espacio el denuncialismo vago y la declamación vacía en todos los órdenes involucrados. Así, se expresan datos y números sin contar con un soporte contextual en el cual se los pueda interpretar debidamente. De esta forma se cae repetidamente en un embudo en el que sale indemne y más fortalecido el poder que se dice denunciar.

Ergo: esta batería de declaraciones altisonantes debilitan la fuerza del mensaje inicial y la falta de rigor metódico para su comprobación va diluyendo el efecto inicial. En vez de ser estimulado el afán de investigar los ilícitos que suceden dentro de las instituciones futbolísticas, se van fortaleciendo el silencio de radio más la resignación progresiva.

Crece, sin pausa, el excesivo protagonismo mediático de los actores principales y secundarios que produce el fútbol como industria. Ya dejaron de serlo sólo los futbolistas y los entrenadores para dar lugar a las apariciones sistemáticas ante las cámaras de dirigentes e hinchas caracterizados, especialmente barra bravas. El periodismo deportivo tampoco es ajeno a esta transición: proliferan los showman o quienes sueñan en ganar sus cinco minutos de fama, tal como alguna vez expresara el artista Andy Warhol. De ahí que ciertos programas televisivos parecen priorizar el escándalo y el morbo antes que la investigación profunda y la opinión probada.

El mainstream futbolero es un sinónimo de estos tiempos y a escala planetaria. Una peyorización y farandulización de un fenómeno social como el futbolístico, el cual es una de las más formidables herramientas de socialización que legó el siglo pasado. Al vaciarlo de su contenido original, la esencia se pierde y sólo salen claramente favorecidos quienes tienen la capacidad de generar negocios como intermediarios del hecho deportivo propiamente dicho

En la Argentina, tal situación no es novedosa: está blindada dentro de los márgenes que protegen tanto al instigador como al ejecutante. Con economía de palabras y una precisión de cirujano, solía definirlo el extinto Julio Humberto Grondona: 'todo pasa'. Y sí, tenía razón.

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