El eterno retorno al peronismo

Un fantasma recorre cada elección nacional, el fantasma de que “sólo el peronismo puede gobernar la Argentina”. Esta idea ha calado hondo en el inconsciente colectivo y se repite como un mantra una y otra vez en tiempos electorales.

Si miramos hacia atrás, el peronismo gobernó 23 de los últimos 25 años. El desempeño electoral de las últimas PASO parecería confirmar esta continuidad.

A su vez, el consenso generalizado que existe en torno a las últimas encuestas, de cara a las elecciones generales de octubre, que ubican al candidato oficialista, Daniel Scioli, alrededor de un 40% en intención de voto y a más de 10 puntos porcentuales por encima del candidato del Frente Cambiemos, Mauricio Macri, da más fuerza a esta posibilidad. De confirmarse esta tendencia, el próximo período corresponderá, nuevamente, a un gobierno peronista.

Por otro lado, la posibilidad de un balotaje hoy resulta lejana, aunque las expectativas en torno a un triunfo en primera vuelta podrían naufragar frente a la emergencia del Frente UNA.

Massa personifica las dos caras de una misma moneda. De un lado, fragmenta y polariza el arco opositor, lo cual es funcional a la estrategia oficial y, del otro, el sentido común indica que un eventual crecimiento de Massa en lo que queda de la campaña no sólo será en detrimento de Macri sino también de Scioli.

Ahora bien, es importante analizar las causas profundas que den respuesta a la preeminencia peronista. Maurice Duverger da una primera aproximación, parcial, sobre esta cuestión, en sus estudios sobre la influencia que tienen los sistemas electorales en la vida política, al sostener que, efectivamente, existía una relación causal en este sentido, por lo que resultaba evidente la influencia de uno sobre otro.

Desde esta perspectiva, la experiencia de las últimas PASO arrojan una serie de conclusiones que explicarían, a priori, por qué resulta tan lejana la posibilidad de la alternancia:

1) La persistencia de un sistema electoral anacrónico, vetusto y, fundamentalmente, desigual, que plantea una relación asimétrica entre los partidos más grandes y los más chicos, favoreciendo a los primeros por sobre los segundos,
2) Una relativa privatización del proceso electoral, donde el Estado ya no se presenta como garante de la transparencia en los comicios. Son ahora los partidos quienes deben garantizarla a partir de los fiscales,
3) La falta de capacidad que tuvo el arco opositor para conformar una oferta electoral lo suficientemente amplia que la tornara competitiva. Me permito aquí una infidencia: muchas veces bromeo con el hecho de que el mejor operador político que tuvo el oficialismo en estas elecciones fue Durán Barba. La teoría de los "puros" dinamitó cualquier posibilidad de coalición electoral. En las antípodas de esta empresa fallida, se encuentra la experiencia del Frente Cambia Mendoza, que se presenta como un caso exitoso, y
4) Finalmente, el peso que tienen los oficialismos al momento de competir electoralmente. Ello se traduce, principalmente, en disponibilidad de recursos. Aquí también la experiencia mendocina se presenta como una excepción a esta regla.

A su vez, hay que tener en cuenta que con la prematura salida del gobierno de la Alianza y la posterior crisis de 2001, la vida del sistema de partidos políticos en la Argentina tomó otro rumbo, mutando de un bipartidismo clásico a un sistema pluralista, en donde el peronismo tiene un peso y una influencia de la cual carecen el resto de los partidos. En este contexto, la posibilidad de alternancia dependerá de la capacidad que tenga el resto de los partidos de formar coaliciones amplias y plurales.

Entonces ¿la única alternativa de poder a un gobierno peronista sería otro gobierno peronista? Es una hipótesis que cobra un relativo valor a la luz de lo dicho hasta aquí. No obstante, esta alternancia entre gobiernos peronistas no sólo es formal y aquí, nuevamente, este año electoral nos deja otra lección.

El binomio “Scioli-Zannini” es el reflejo de una sorda puja de poder entre dos sectores o, mejor dicho, entre dos proyectos. Por un lado, un peronismo más tradicional, más moderado en sus formas; por el otro, el núcleo duro kirchnerista. Pensar un eventual gobierno de Scioli como una continuidad del actual gobierno sería un error. En el mejor de los casos, encarnará una continuidad con cambios.

Alejado de las rígidas estructuras partidarias, el peronismo, como movimiento, siempre alimentó su estrategia de supervivencia con la posibilidad de cambio, en una suerte de constante devenir, de eterno retorno al peronismo.

Licenciado en Relaciones Internacionales de la Universidad del Salvador y Maestrando en Relaciones Económicas de la Universidad de Buenos Aires.

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