El Dios en que no creo

El firmante de la nota comparte un texto de Faustino Vilabrille.

El texto que sigue lo pedí prestado, en gran parte, a Faustino Vilabrille (español). Ciertamente, ni qué decirlo, lo comparto totalmente y ha sido -y es- mi más profunda fe de vida, fundada en la vida y en las enseñanzas de Jesús de Nazaret.

Hoy deseo compartirlo con ustedes.

No creo en un Dios que quiso el sacrificio y la muerte en cruz de su Hijo. 
No creo en un Dios que quiere que nos flagelemos hasta la sangre.   
No creo en un Dios que creó el infierno eterno.  
No creo en un Dios que castiga.
No creo en un Dios que necesita penitencias reparadoras.
No creo en un Dios vengativo y furioso

No creo en un Dios que manda enfermedades y muertes.

No creo en un Dios que amenaza.
No creo en un Dios al que hay que decirle "¡Señor, ten piedad!". Ni que haya que decirle "señor".
No creo en un Dios que se "ofenda" y al que haya que pedirle perdón.
No creo en un Dios de truenos, relámpagos y tempestades.
No creo en un Dios antojadizo y caprichoso.
No creo en un Dios de guerras, tinieblas y desastres.
No creo en un Dios que espera que le pidas algo para dártelo.
No creo en un Dios que necesita ofrendas y oblaciones.                                                   
No creo en un Dios celoso y ávido de sacrificios.   
No creo en un Dios que necesita oraciones, misas y limosnas.
No creo en un Dios ofendido por el hombre.  
No creo en un Dios enojado con el hombre.  
No creo en un Dios "averiado" que necesita ser "reparado".
No creo en un Dios policía, fiscal y acusador. 
No creo en un Dios de miedos y condenas. 
No creo en un Dios que nos necesita para su propio regodeo y orgullo.
No creo en un Dios al que no le interesa lo que nos sucede cada día.
No creo en un Dios exclusivo de nadie. No creo en un Dios por el que hay que ocuparse y preocuparse.                                                        
No creo en un Dios para huir del mundo.
No creo en un Dios que me pide ser perfecto desde mi uso de razón.
No creo en un Dios al que hay que sobornar con promesas y rogativas.
No creo en un Dios en quien podemos descargar nuestras responsabilidades.
No creo en un Dios que a algunos los hace nacer en cunas de oro, y a otros en cunas de pobreza.
No creo en el Dios de los que "fabrican" pobres y luego les dan limosnas.
No creo en el Dios de los ricos, poderosos y famosos. 
No creo en el Dios de los que tienen la cabeza a la izquierda y el bolsillo a la derecha. 
No creo en el Dios de los que privatizan lo que es de todos.
No creo en el Dios de los que están destruyendo la naturaleza y, luego, rezan para que no haya heladas y tormentas.
No creo en el Dios del neoliberalismo capitalista.    
No creo en el Dios de los templos majestuosos y llenos de riquezas.                                                
No creo en el Dios de las "excursiones religiosas" planificadas por las empresas de turismo.

No creo en el Dios de los birretes, anillos, báculos y palacios.
No creo en el Dios de los cálices de oro, retablos de plata y custodias de perlas.
No creo en el Dios de los de los banqueros, financistas y embargadores.
No creo en el Dios al que hay que rendirle culto.
No creo en el Dios de los que sienten compasión por los pobres, pero dejan que sigan siendo pobres. / No creo en el Dios de los corruptos aunque recen, vayan a misa y comulguen a diario. 
No creo en el Dios de los gobernantes y parlamentarios que hacen leyes que benefician a los poderosos y amigos de siempre y, también, a ellos mismos.

No creo en el Dios de los jueces injustos que aplican penas sólo a los desvalidos de la sociedad, mientras los peces gordos gozan de lo que han delinquido. 
No creo en el espantoso Dios de los secuestradores, estafadores, ladrones y homicidas. 
No creo en el Dios que hemos fabricado con ritos y cultos a fin de calmar nuestras conciencias.
No creo en el Dios del que se han apropiado los jerarcas religiosos, del credo que fueren.
Ese Dios no existe, lo han fabricado los humanos interesados en vaciar el corazón y la  mente de la gente para mantener un sistema.
El Dios vivido y enseñado por Jesús, es todo lo contrario.

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