El dilema ante los refugiados

La combinación es desastrosa: por un lado, grupos de terroristas internacionales movilizados por cuestiones “religiosas” y “étnicas”; por otro, personas que padecen desórdenes mentales que las convierten en violentas y que, por efecto imitación, producen matanzas seriales.

Cada uno de los atentados que se repiten en distintos lugares del mundo provoca escozor. En los últimos días fueron en Alemania, con su secuela de 10 muertos -incluido el matador, un enfermo psiquiátrico- y numerosos heridos, algunos de los cuales probablemente pasen a engrosar la magnitud de los fallecidos; Kabul, Afganistán, donde terroristas de EI perpetraron un ataque suicida contra una marcha de la minoría étnica hazara, ocasionando más de 80 muertos; Niza, donde un lunático al volante de un camión provocó 84 muertes. ¿Dónde será el próximo ataque?

Es muy lamentable que los dos puntos mencionados entren en contacto y se combinen para producir verdaderas cacerías salvajes de seres humanos: el terrorismo organizado se alimenta de jóvenes de diversas nacionalidades que padecen debilidad mental, les “lavan la cabeza”, les dan un reconocimiento, los fanatizan, los financian, los arman y los mandan a matar... y a morir...

El desconcierto mundial frente a esta situación es absoluto. Un ataque masivo contra las ciudades donde se asienta ISIS tendría un efecto contrario al buscado: habría más muertes que las que se pretenda evitar y la mayoría sería de personas inocentes, hombres y mujeres de bien, niños.

La “inteligencia” occidental logra ocasionalmente individualizar personas y células terroristas y así impedir algunos ataques pero no todos, como se está viendo. Recibir refugiados pone en peligro a los países. Por un lado, porque se inscriben como blanco de los fanáticos; por otro, porque entre los admitidos pueden infiltrarse terroristas. Y no recibirlos es humanitariamente reprochable.

Argentina tiene tradición en materia de aceptación de flujos de inmigrantes. Esta vez anunció que recibirá a 3.000 sirios. Lo hizo el presidente Mauricio Macri de forma oficial.

Las sensaciones entre quienes siguen el tema van de un lado a otro: nadie olvida que Argentina ya padeció los efectos directos del terrorismo internacional y también sus secuelas. Los ataques contra la Embajada de Israel y la AMIA fueron los blancos elegidos, seguramente por el involucramiento del gobierno de Carlos Menem en el conflicto de Oriente Medio. ¿La secuela? Gobiernos inmorales desviaron las pesquisas, firmaron “entendimientos” con un gobierno promotor del terrorismo. La Justicia argentina actuó durante más de 20 años de forma errática y el fiscal a cargo de las investigaciones del atentado a la AMIA sufrió una muerte violenta, muy probablemente un asesinato. Nada de ello fue esclarecido.

Pero, al mismo tiempo, los observadores se plantean un dilema de conciencia: cada uno de esos 3.000 refugiados es una persona de carne y hueso que tiene sueños, proyectos y quiere vivir y progresar en una tierra que se lo permita. La encrucijada, entonces, implica abrir o cerrar los brazos... y cualquiera de esas conductas tendría una explicación.

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