Despertar de una Cuba deteriorada

Despertar de una Cuba deteriorada
Despertar de una Cuba deteriorada

Las señales de los tiempos hablan a todo volumen en Cuba, a veces a través de su silencio.

Un viaje de 17 horas conduciendo a través del corazón de la isla en un destartalado Ford Fairlane del 56, borgoña y gris, incluyó largos tramos en los cuales hubo sorprendentemente poca ideología en despliegue, pocas de las vallas que alguna vez proclamaron lemas revolucionarios.

Aquellos que persistieron tenían menos del “socialismo o muerte” y más del timbre impaciente de libros de autoayuda o biblias sobre el manejo de negocios.

“Florida progresa mediante su propio esfuerzo”, decía un letrero en la ciudad de ese nombre. “La calidad es respeto a la gente”, decía otro. Más allá: “¡Trabaje duro!”, noción despojada del imperativo ideológico que solía completar el pensamiento con frases del tipo de “para derrotar al imperialismo” o “para formar el socialismo”.

Despachado a Cuba en diciembre tras el sorpresivo anuncio del presidente Obama en el sentido de que él renovaría relaciones diplomáticas plenas, partí en un viaje por carretera desde La Habana, cerca del extremo oeste de la isla, hacia Guantánamo, en la punta oriental. La tabla de kilometraje en mi mapa decía que la distancia era de 909 kilómetros. Se sintió como mucho más tiempo en el acolchado asiento de vinil, color crema, del Ford, el cual había perdido mucha de su primavera en los años transcurridos.

El Ford de colección no formaba parte del plan original. Era la época navideña y los vuelos a través de la isla estaban agotados, así como todos los automóviles en alquiler estaban alquilados. Así que empecé a buscar un chofer, de preferencia alguien con un automóvil más bien nuevo. No quería quedar atascado a la vera del camino en algún dilapidado Lada de la era soviética o una oxidada reliquia de la administración Eisenhower.

Cuando Julio César López se presentó en su gran Ford en mi hotel, el Habana Libre, casi lo despedí sin pensarlo. Sin embargo, él aseguró que había reemplazado el motor hacía poco y que el automóvil había efectuado varios viajes a través de la isla. Y regresado. Incluso prometió remplazar el liso neumático derecho del frente y cambiar el aceite. Cerramos el trato.

A lo largo del camino, una Cuba que cambiaba lentamente se fue revelando, a veces a través de lo que había ahí y otras por lo que no había.

Otra señal de los tiempos: “Se vende esta casa”. Ese concepto no existía, legalmente, antes de 2011, cuando las ventas de hogares fueron permitidas por primera vez bajo cambios diseñados para inyectarle un poco de vida capitalista a la decrépita economía socialista del país. Ahora ya es común ver letreros de “Se vende”.

Incluso, más comunes son los letreros para los cientos de pequeños restaurantes privados, llamados “paladares”, que operaron mayormente en las sombras hasta 2010, cuando se expandieron en buena medida luego de que el gobierno permitiera que algunas personas entraran al negocio.

Asimismo, había señales desalentadoras.

Una de ellas era la falta de barras en mi teléfono, mostrando que no había cobertura celular en las áreas entre ciudades, indicación de la atrasada red de telecomunicaciones de Cuba. Casi prevalecía una ausencia de camiones que cargaran mercancía o productos agrícolas, señal de una economía que a duras penas palpita.

Si bien había poco tránsito de automóviles y camiones, había mucho de todo lo demás. Compartiendo la carretera con nosotros había bicicletas, carretas de bueyes, tractores, motocicletas (algunas con carritos laterales) y carretas de caballos de cada tipo (grandes y pequeños carros de granja de dos ruedas, carretas de cuatro ruedas que transportaban hasta 10 pasajeros y carruajes ligeros que hacían las veces de taxis).

Y había muchos desperfectos, lo cual se espera cuando un alto porcentaje de los automóviles en el camino fueron fabricados antes de que John F. Kennedy fuera elegido presidente en 1960.

Una hora después de La Habana, un hombre sin camisa se recargaba en un Lada gris con el cofre arriba, sin haberse molestado en moverlo fuera del camino. Cerca de un poblado llamado Torriente, una pareja se besaba apasionadamente al lado de un gastado Chevy rojo. Cerca de Santiago de Cuba, una mujer con cara ansiosa, rodeada por una prole de niños en el asiento trasero de un Buick naranja quemado que no funciona. Nunca vi una grúa.

Cuba es una hermosa isla, verde y fértil, poema de vibrante color y sensual luz. Un atardecer escarlata sangra a través del cielo caribeño, púrpura profundo en los extremos.

En el calor del día, una mujer vestida con una blusa rosa impactante camina debajo de un parasol rojo. Un viejo con pantalones amarillo narciso está sentado sobre una valla. Caña de azúcar verde pálido crece en campos de tierra roja.

En el segundo día, desayunamos en el hotel Ciego de Ávila, casi en pleno centro de la isla, decadente retroceso a una era de planes financiados por los soviéticos para construir grandes centros turísticos para trabajadores de vacaciones. Hecho en descascarado verde chillón y oro, era una mezcolanza de ventanas cuadradas germinando palmeras miniatura, arcos de concreto y balcones. La piscina brillaba azul y vacía. De 147 habitaciones, solo 15 estaban ocupadas, aproximadamente; era como si hubiera más trabajadores que huéspedes.

Condujimos con las ventanillas abajo, bamboleándonos sobre la superficie negra. El gran motor resonaba. López, mi chofer, cuidaba el auto en los tramos con baches, lo cual se volvió más frecuente mientras más nos alejábamos de La Habana.

El Ford estaba lleno de cascabeleos y fuertes ruidos, el odómetro estaba atascado en 26.948,0. ¿Cuántas veces había dado la vuelta antes de congelarse? Cuba, de igual forma, está congelada en el pasado. Cubanos más jóvenes, así como muchos otros mayores, anhelan intensamente que ese odómetro empiece a girar de nuevo.

Este auto es hermoso y viejo y cansado. Cuba es todas esas cosas. Por todo eso, un periodista cubano me comentó a lo largo del camino cuánto ha cambiado el país desde que un enfermo Fidel Castro renunció por primera vez en 2006 y su hermano Raúl se convirtió en el presidente dos años más tarde, dando comienzo a sus reformas graduales a la economía. Hace cinco años, dijo, la gente hablaba de política. Lo que dijo Fidel. Lo que Raúl iba a hacer. Ahora habla de dinero y negocios.

El salario promedio en 2013 rondaba los 20 dólares al mes, aproximadamente, con base en el gobierno. La gente me dijo que eso puede ser consumido con facilidad por cuentas mensuales de un teléfono celular, electricidad y otros aspectos básicos, aunque algunos otros gastos, como educación y cuidado de salud son cubiertos por el gobierno.

La brecha entre lo que percibe la gente y lo que cuestan las cosas fue un tema de conversación constante. Mucha gente depende del dinero que les envían parientes en el extranjero. Muchos están en una constante lucha por sobrevivir, criando y vendiendo cerdos, comprando o vendiendo productos en el mercado negro...

Yasmani Bérbes, de 27 años de edad, renunció a su empleo como maestro de educación física para administrar un restaurante en la casa de su familia en Contramaestre, poblado cerca de Santiago de Cuba. Como maestro ganaba 500 pesos al mes (21 dólares). “Aquí, actualmente hay días en que puedo ganar 500 pesos. Hay un cambio positivo en la población cubana. Ellos se han abierto mucho a la idea de hacer negocios”.

López, quien tiene más o menos la mitad de la edad de su Ford, era un cuidadoso motorista: su automóvil era su forma de ganarse la vida.“Si tuviera la opción, elegiría un auto moderno”, dijo. “Con un coche moderno, lo que estamos haciendo en 12 horas lo podríamos hacer en nueve”.

Sin embargo, dijo que tener cualquier automóvil era una bendición porque le daba una manera de ganarse la vida. Le dije que muchísima gente en el extranjero veía los viejos autos como el suyo como un pintoresco símbolo de la Cuba revolucionaria. Le pregunté qué simbolizaba el automóvil para él. “Dinero”, respondió.

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