Contra la patria industrial

Entre los logros culturales del populismo, la imposición del paradigma industrialista es el mayor, el más destructivo y el más difícil de desmentir.

Por Fernando Iglesias Periodista - Autor del libro: "Es el peronismo, estúpido". Especial para  Los Andes

La idea de que la industria es el motor del desarrollo nacional y la principal proveedora de puestos de trabajo forma ya parte del sentido común argento a pesar de que la realidad la desmiente cada día.

El esquema de sustitución de importaciones y el consecuente modelo proteccionista, mercado-internista y mano-de-obra intensivo que lo ha encarnado van, además, a contramano de un mundo que avanza velozmente hacia la globalización, y es exactamente opuesto a las experiencias exitosas de desarrollo industrial del último medio siglo (Alemania y Corea, digamos), que se basan exactamente en lo contrario: integración regional e internacional de las cadenas productivas, producción para el mercado global, mercado común con los países vecinos y creación de valor cerebro-intensiva, no basada en el trabajo físico repetitivo sino en la incorporación de conocimiento, información, diversidad, comunicación, diversidad y subjetividad a la producción.

Casi nada de eso se ha hecho en Argentina en el último siglo. Mucho menos, en los últimos años. El resultado ha sido que, lejos de convertirse en la gran ahorradora de recursos, la industria nac&pop requiere anualmente $30.000 millones de dólares más de los que exporta para poder seguir funcionando. No lo digo yo sino el creador del hit “Vivir con lo nuestro”, Aldo Ferrer. Si vivimos atrapados en un cepo cambiario y si el peso de la recaudación fiscal recae hoy sobre los más pobres a través del IVA, sobre los asalariados por el impuesto a las ganancias y sobre el sector agropecuario, mediante retenciones, la responsabilidad es del populismo y de la industria que supo conseguir.

La industria de sustitución de importaciones alentada originalmente por el peronismo con la excusa de ahorrar dólares es hoy la principal dilapidadora de dólares del país, y el sector agropecuario, su principal proveedor. ¿Dónde están la proclamada liberación nacional y el desarrollo, y dónde el atraso y la dependencia? Por otra parte, seguir hablando de reindustrialización como futuro deseable del país es ignorar los dos fenómenos centrales de estos años: el pasaje de un mundo políticamente centrado en las naciones-estado y económicamente basado en la producción mediante el trabajo físico a un universo global cuya fuente de creación de valor es el trabajo intelectual.

¿Fantasía? Si se compara la situación argentina con la mundial se observa que la participación de la industria en el PBI argentino no es baja sino igual a la media mundial; que en la lista de las diez mayores economías del mundo las únicas con participaciones industriales más altas son Rusia y China (dos países en los cuales los niveles de vida, democracia y vigencia de los derechos humanos son aún peores que en la Argentina, y los últimos del top-ten); y que la economía de los Estados Unidos es la menos industrial de las mayores diez, a pesar de lo cual los EEUU registran un nivel de desempleo considerablemente menor que sus competidores, desmintiendo la ecuación populista que equipara la industria a la existencia de puestos de trabajo.

En cuanto a los beneficios del industrialismo para los trabajadores, la relación entre participación de la industria en el PBI y nivel salarial es inversa: mayor es una, menor es el otro. El auge industrial de China se basa en un salario diecisiete veces menor que en los EEUU.

Motivo por el cual el salvajemente explotador imperialismo yanqui se desgañita hoy solicitando que el heroico gobierno popular de la revolución maoísta suba los salarios de sus trabajadores y los deje acceder a lo que producen, reequilibrando las balanzas comerciales de todo el mundo. Más importante para nosotros es que el salario industrial por hora chino sea seis veces menor que el argentino. Si los chicos de La Cámpora quieren ampliar el modelo basado en la mano de obra intensiva van a tener que convencer al compañero Moyano y sus muchachos de ganar u$s1.6 (menos de veinte pesos) por hora.

Pero finjamos que se puede pensar un país exitoso en el siglo XXI apelando a las ideas y modelos de mediados del siglo XX, y demos por sentado que la industrialización es un bien per se. La pregunta es: ¿han sido exitosos estos trece años de supeditación de la economía nacional a los intereses de la Patria Industrial? Mirando la realidad se comprueba que la famosa Reindustrialización K no es más que otra densa humareda.

Por debajo del discurso del desmantelamiento de la industria en los Noventa y el de la reindustrialización triunfante de la Década Saqueada discurre la realidad, coincidente entre ambos peronismos. La diferencia entre la “desindustrialización noventista” y la “reindustrialización nac&pop” es una variación irrisoria y negativa que va del 18% de 1994, al 15% durante la crisis de 2001/2002, hasta el 16%-17% actual. La única recuperación de la participación de la industria en el PBI, muy pequeña, se produjo entre 2002 y 2004 “gracias” al ajuste populista: baja de salarios y costos laborales; un elemento más que demuestra el carácter reaccionario y antipopular del industrialismo nac&pop.

La realidad es simple: si queremos una alta participación de la industria en el PBI hay que licuar los salarios como hizo Duhalde en 2002: 75% de devaluación salarial en dólares y 40% de inflación en pesos con salarios congelados. La otra posibilidad es aplicar el modelo alemán de incorporación de trabajo intelectual al sector industrial en forma de ciencia y tecnología, en cuyo caso se debe abandonar el jurásico modelo proteccionista de la Patria Industrial y situarnos en el ámbito de la sociedad del conocimiento y la información, que produce riqueza en base a la inteligencia humana. Pero para seguir el modelo alemán se necesita una educación de primer nivel orientada a las carreras técnicas y nada de eso se hizo aquí durante la Década Saqueada sino ese Italpark peronista que es Tecnópolis.

¿Ha logrado el modelo kirchnerista que la industria creciera más que el resto de los sectores? Tampoco. Basta comparar la composición del PBI que ofrece el INDEC para 2003 y 2013 y comprobar que el sector de mayor crecimiento de la economía nac&pop fue Intermediación Financiera, con un crecimiento de +271% en diez años contra un +89% del conjunto de la economía. El triple. Gran performance, la de los malvados buitres locales.

La industria manufacturera (+79%) mejoró menos que el conjunto de la economía (+89%) y fue superada ampliamente por todos los productores de servicios excepto por Salud, Educación y Servicios Sociales (es decir: los servicios más ligados al bienestar general de la población), que crecieron sólo el 48%. Todo eso, a pesar del 6% del PBI en Educación, el plan de escuelas y hospitales y otros cuentos de la colección “Vengo a proponerles un sueño”. Notable, también, es la pobre performance energética y de los servicios básicos -electricidad, gas y agua- (+56%), otro sector donde el Estado metió la mano, regulando tarifas y subsidiándolo todo.

¿Se justifica, de todas maneras, que toda la economía argentina subsidie a la industria, por ser la mayor proveedora de puestos de trabajo? Aun menos. Según el INDEC, solo 2.046.299 de los empleos argentinos (11%) corresponden al sector industrial, y el porcentaje es aún menor en los países desarrollados. El sector manufacturero no es tampoco el principal empleador del país, sino el comercio (2.914.275 puestos), mientras que “Administración pública” y “Enseñanza” suman 3.282.609 empleos.

¿Representa el fracaso de la economía K un cambio respecto al primer peronismo, supuestamente industrializador? La Leyenda Peronista, de la cual el Relato Kirchnerista es el último capítulo, sostiene que el país le debe al peronismo no sólo los derechos sociales sino su industrialización, pero no hay datos que confirmen la hipótesis.

La participación de la industria manufacturera en el PBI registró un ascenso veloz y relativamente estable desde el 10% de 1900 y hasta el 20% de la primera mitad de los Cuarenta, cuando se frenó. Se recuperó en el segundo período peronista, con el cambio del plan de fiesta de Miranda por el programa de ahorro e inversiones de Gómez Morales. Allí recomenzó su tendencia ascendente, que se agotó en los Sesenta.

A partir del 30% de entonces, la declinación fue permanente. De ella formaron parte el segundo período peronista (1973-1976) y el tercero; el de la Convertibilidad. No hay pues un solo rasgo de aumento diferenciado de la participación de la industria manufacturera en el PBI que pueda asociarse a alguno de los cuatro períodos peronistas. De manera que la parte de la Leyenda Peronista que propone al justicialismo como el gran industrializador tiene el problemático inconveniente de ser falsa.

Para ser justos, no es un problema del peronismo sino del industrialismo proteccionista jurásico que viene parasitando al resto del país desde los tiempos del primer Perón. Al final del largo camino por el cual ha desbarrancado a la Argentina se encuentra el modelo productivo nac&pop, cuyo paradigma es La Salada, orgullosamente incorporada por el kirchnerismo a las delegaciones oficiales. No es casual. La idea de hacer la vista gorda al trabajo en negro, la evasión impositiva y la contaminación ambiental con la excusa de preservar las fuentes de trabajo termina necesariamente en el modelo La Salada: talleres clandestinos, esclavitud laboral, ríos contaminados, mafias e ilegalidad.

Que la Patria Industrial no nos siga mintiendo, además, con que escasea el trabajo en un país en el que falta todo: ferrocarriles, autopistas, puertos, desagües, cloacas, viviendas, energía, redes de gas y electricidad. Si la industria quiere contribuir al futuro nacional deberá dedicarse a construir la infraestructura que el país requiere y emplear en ese terreno a los millones de trabajadores argentinos que lo necesitan, en vez de seguir condenándolos a ensamblar y embalar productos peores, más caros y repletos de componentes made in China que los argentinos pobres y los pobres argentinos nos vemos obligados, después, a comprar.

Quien proclama ser la vanguardia productiva del país no puede vivir a costa de los demás. La Argentina no necesita industrializarse sino modernizarse. Ser eficiente y productiva en todos sus sectores económicos, incluyendo al industrial, sin muletas eternas ni vale-todos para nadie. Integración regional e internacional de las cadenas productivas, producción para el mercado global, apertura al mundo y los países vecinos, creación de valor cerebro-intensiva. Son los paradigmas necesarios para la industria y para todos los sectores. Sin privilegios ni discriminaciones para nadie ni contra nadie. A favor de la industria y en contra de la Patria Industrial.

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