Con la misma mano

Llegó, amenazó violentamente a la prensa, maltrató a su pareja, declaró ante la Policía, se emborrachó ante las cámaras, dio una arenga de veinte segundos y se fue. España vivió con perplejidad el comportamiento de Maradona en su visita a Madrid esta semana. En poco más de 48 horas el ex jugador revolucionó los medios, renovó antipatías y acrecentó su rechazo.

Con la misma mano con la que metió el gol a los ingleses hoy maltrata a su pareja. La misma mano que lo convirtió en héroe hoy lo condena como villano. Al rechazo masivo de los que estamos en contra de la violencia y el maltrato. El mundo del deporte también le da la espalda, ya que ha dejado de verlo como un exjugador para despreciarlo como un despojo mediático amarillista. Está Diego desarmando hoy con las manos todo lo que en su día construyó con los pies.

Si no eres argentino o napolitano, no hay manera de defenderlo. Pero, ¿alguna vez se vivió un crepúsculo tan duradero para un Dios? Nunca una caída fue tan larga. Fueron pocos los años de grandes éxitos y ya llevamos más de veinte de frustraciones. Hay ídolos a los que no es necesario hacer el esfuerzo nietzscheano de matarlos, porque ellos mismos se suicidan. Pero es duro ver cómo se ríen de él. Para quien lo quiere, para quién lo amó, es difícil.

Los napolitanos que vinieron a ver el partido a Madrid dicen que lo quieren igual o más que los argentinos. Lo aman haga lo que haga.

Mientras más loco más napolitano, dicen, y por eso es imposible que esa afición deje de quererlo. Así no hay manera de fallar, no hay forma de que Diego los decepcione. Se trata de una excepcionalidad de amor congelado irracional única en el mundo.

¿Por qué insisten algunos en Argentina en perdonarle todo a Maradona? ¿Acaso no hay muchos otros argentinos que han hecho mucho más pidiéndonos mucho menos a cambio? ¿Hasta dónde llega el crédito? ¿Hasta cuándo la impunidad del triunfo del 86? Si la respuesta es el fanatismo o la pasión, ya no es suficiente. Si la explicación es que representa a la clase obrera argentina, mucho menos. Un tipo que vive en los mejores hoteles del mundo y pega a su mujer no representa en absoluto a la clase trabajadora argentina.

Pero lo inquietante es que Diego sigue pareciendo de la familia. Uno puede avergonzarse, puede hacer comentarios negativos sobre él y rendirse ante sus mediocridades. Pero si lo dicen los de afuera te molesta. Porque cuando se ama de verdad a alguien prefieres verlo morir a verlo sufrir. Mejor que desaparezca antes de que se exponga. Que no haga nada antes que hacerlo todo mal. Como un padre que no soporta ver a su hijo hacer el ridículo, o lo que es peor, al revés.

A lo mejor Diego sí que es un Dios. Con la misma mano crea y destruye. No escucha, su ira es universal, su voz es cada vez más confusa e incluso así, sigue estando en todas partes.

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