Chile, tan cerca y tan lejos

A los argentinos nos cuesta, cada vez, más horas para llegar a Chile como consecuencia de las tramitaciones que hay que hacer en la frontera. Sucede que el incremento en el número de gente que pasa hacia uno y otro lado supera la celeridad de las solucion

Si en 10 años se multiplicó por 8 la cantidad de gente que cruzó por el paso Cristo Redentor, y la infraestructura, los trámites y la cantidad de empleados de ambos lados de la frontera no se han modificado en profundidad, es lógico el colapso del paso.

Lo grave es que las autoridades de los dos países son conscientes de la situación, saben de la incomodidad que generan y de los peligros que significa para muchos la altura y la dureza del clima, pero se hace muy poco para solucionar los inconvenientes, más allá de las gestiones de “buena voluntad” (como terminan siendo) que se realizan a partir de las reuniones permanentes entre representantes de uno y de otro país.

Muchos mendocinos deben recordar las exasperantes colas que había que soportar décadas atrás para pasar a Chile cuando los trámites de Aduana y Migraciones se realizaban en Punta de Vacas y, una vez superado ese “escollo”, debía repetirse la tramitación en Los Libertadores. Inaugurado Horcones, más de uno respiró aliviado y esa sensación se repitió cuando Argentina y Chile decidieron concretar la denominada tramitación única, que contempla la salida de la Argentina y el ingreso a Chile en Los Libertadores y el retorno en Horcones.

Pero resulta que la cantidad de gente que pasa hacia uno y otro país se multiplicó mucho más rápido que las decisiones de los funcionarios y las colas de vehículos -en este caso de varios kilómetros- se repiten día tras día en el verano y en los pocos momentos en que hay posibilidades de cruzar en la temporada invernal.

Todo ello provocado por una infraestructura edilicia en Los Libertadores que no se adapta a las necesidades de la gente. Con un agravante: en el vecino país se ha comprendido que es necesario un nuevo edificio y se decidió su construcción, pero en el mismo lugar -a escasos metros- del ya existente, es decir en la parte más alta de la montaña, siendo que pudieron proyectarlo algunos kilómetros más abajo, como lo hizo la Argentina con Horcones.

En lo que hace a la tramitación, hay comisiones “permanentes” que trabajan sobre el tema y se ha avanzado bastante, pero hay aspectos incomprensibles, como es el hecho de que en plena época de las comunicaciones, con sistemas integrados entre un país y otro, haya que seguir llenando formularios a mano. Sin embargo, la mayor demora se produce en Los Libertadores con el control por parte del Servicio Agrícola Ganadero (SAG).

Este aspecto necesita de una consideración especial: tiene razón Chile en ser estricto en el control, porque se trata de un país que ha logrado la valiosa consideración de ser libre de plagas y tiene convenios bilaterales en ese sentido con decenas de países para facilitar la comercialización de sus productos, frente a una Argentina que, en el tema de los controles, hace agua por todas partes.

Pero también cabría advertir que este tema necesita de una solución: realizar el control en otro lugar, más abajo, o bien establecer un sistema de multas que genere que más de uno lo piense dos veces antes de pasar algún tipo de mercadería o producto prohibido.

Lo concreto es que los problemas para el paso a Chile se mantienen y la temporada invernal es el momento adecuado para la búsqueda de soluciones, con miras a las vacaciones del verano. Aquí también cabe una reflexión: el interés de los países.

Cristo Redentor se encuentra a mil doscientos kilómetros de Buenos Aires, lo que le hace perder prioridad, mientras Chile ha decidido mirar “hacia el Pacífico”, con lo que el Mercosur pierde importancia. Será cuestión entonces de que las autoridades regionales, como Mendoza y la Quinta Región chilena, insistan y presionen sobre sus pares nacionales.

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