Chianti: el vino favorito de los italianos cumple 300 años

Dicen que es una de las pocas industrias florecientes en la península y que se trabaja fuertemente para entrar en mercados donde los vinos franceses son la estrella. “Los dueños del negocio”.

Fue un 24 de setiembre de 1716 cuando un edicto de Cosimo III de Medici, gran duque de Toscana, convirtió las colinas de Chianti, que van de Florencia a Siena, en la primera región vinícola protegida del mundo.

El Chianti es ahora el vino tinto más popular de Italia y uno de los productos que más exporta el país. Sin embargo, a menudo no se considera un vino de calidad, más bien tiene fama de peleón, y a ello contribuye en parte la imagen de verlo que se distribuye en garrafas (damajuanas).

“Hemos estado peleando un poco con la problemática de la imagen”, dijo Sergio Zingarelli, al frente de la asociación de productores de Chianti Classico y propietario de la bodega Rocca delle Macie, durante un evento en el Palazzo Vecchio de Florencia, donde se celebraban los 300 años de historia del vino.

Se ha podido documentar que ya se hacía Chianti en 1398. Tres siglos después Cosimo de Medici reguló su producción y su fórmula básica, la uva Sangiovese, fue definida en 1870 por Bettino Ricasoli, un aristócrata local y un estadista.

Los problemas comenzaron a principios del siglo XX, cuando para satisfacer la demanda de Chianti se comenzaron a plantar vides fuera de su región natural. Aquello desdibujó las líneas entre la producción original, con lo que en 1932 nació el “Chianti Classico”, y las variaciones de la Toscana que se conocen como “Chianti”.

“Buscando una analogía con los coches alemanes es como si se compara un Opel con un Porsche”, dijo a DPA sobre las dos denominaciones Jeff Porter, un destacado somelier italo-estadounidense.

Para diferenciarlos bien, los productores del “Chianti Classico” han relanzado su etiquetado y han creado una nueva categoría, “Gran Selezione”, capaz de competir con los mejores crudos.

Pero resulta difícil cambiar las concepciones asentadas, señala Porter. “Uno puede ir a una tienda y encontrar un Chianti por 3-4 euros (3,4-4,5 dólares), y ver al lado un Chianti Clássico que cuesta 20 euros, y la gente no percibe la diferencia”, explicó. “Sólo cuando lo pruebas, lo entiendes”, dijo.

Porter, nacido en Estados Unidos, señaló que los productores de Chianti Clássico tienen que esmerarse más en “hacer un mejor trabajo de explicación” del “territorio único y representativo” de sus vinos.

“Cuando la gente lo entienda, lo colocará en el panteón de los vinos, como el Barolo o el Brunello”.

La industria del vino es uno de los pocos sectores que resplandecen en el sombrío panorama económico italiano, y ahora se están redoblando los esfuerzos, incluso con inversiones extranjeras, para elevar el perfil internacional del “Chianti Clássico”.

El 80 por ciento de las ventas fue a la exportación, cuando hace 15 años era el 60 por ciento. A Estados Unidos se dirige el 31 por ciento de las exportaciones, seguido de Alemania, por el 12 por ciento.

El mercado chino, donde los vinos franceses llevan la voz cantante, es el próximo gran objetivo.

Desde 2010, un par de fincas de Chianti han pasado a manos chinas, y otra fue adquirida por la empresa de bebidas Constellation Brands con sede en Nueva York, mientras que el grupo Allianz es propietario de la hacienda San Felice, cerca de Siena, desde los años 70.

No obstante, la mayoría de bodegas en la región siguen siendo un negocio familiar que sigue una tradición centenaria. Barone Ricasoli, por ejemplo, sigue al frente de la mayor hacienda vinícola en la región desde el siglo XII. Es la más antigua del mundo.

Otros se han sumado al negocio más recientemente como el presidente de la asociación del “Chianti Classico”, Zingarelli, que es hijo de un boxeador que se convirtió en productor de cine e hizo fortuna con las películas del spaghetti western que protagonizaban Bud Spencer y Terence Hill antes de reinventarse como bodeguero en los 70.

Unos años después, un galerista italiano Peter Femfert y su esposa italiana Stefania Canali se hicieron con Nittardi, una bodega con encanto de la que Michelangelo ya fue dueño cuando pintaba la Capilla Sixtina y que sigue guardando la conexión entre el arte y el Vaticano.

En sus terrenos se pueden contemplar esculturas e instalaciones y cada año un artista contemporáneo diseña el etiquetado de sus vinos y entre ellos figuran Yoko Ono y los Nobel de Literatura Günter Grass y Dario Fo.

Para rendir homenaje a esa conexión con Michelangelo, Nittardi suele enviar algunas de sus botellas al papa. En una visita reciente, el hijo de los propietarios mostró a DPA la nota de agradecimiento del pontífice Benedicto XVI.

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