Antes del juicio, Agustín Orión ya fue condenado

El arquero de Boca tuvo una alta exposición mediática tras la lesión de Bueno. En breve sale el fallo. Independencia vs presiones políticas.

Antes del juicio, Agustín Orión ya fue condenado
Antes del juicio, Agustín Orión ya fue condenado

Fabián Galdi  - Editor Más Deportes - fgaldi@losandes.com.ar


En esta semana que se inicia será conocida la sanción definitiva del Tribunal de Disciplina de la AFA a Agustín Orión, luego de la tarjeta roja que recibiera durante el partido frente a San Martin de San Juan. Es definitiva y no será apelable, ya que el ente disciplinario tiene consagrado como uso y costumbre que las decisiones no se discuten en ninguna otra esfera. Es lo que es, y punto. Trazar un paralelo con el sistema que permite las apelaciones en la Justicia de la Argentina es caer en un error de apreciación: el informe del árbitro marca el tipo de infracción cometida por cualquier futbolista sancionado y a partir del escrito se determina el alcance de la pena para el infractor. Se esté de acuerdo o no, el fútbol maneja estos códigos tan personales que hasta el propio ambiente lo acepta aunque posteriormente pueda expresar su fastidio por el fallo.


El arquero de Boca Juniors puede ser alcanzado por una sanción que está estimada en los cinco partidos de suspensión. La cifra no es ociosa: el informe del juez Patricio Loustau fue taxativo. El árbitro utilizó la figura de "uso desmedido de la fuerza y juego brusco grave", por lo que el jugador tuvo una conducta que está tipificada en la Regla XII del reglamento de transgresiones y penas como gravísima. La doble fractura del delantero Carlos Bueno tuvo su origen en una acción premeditada y no casual, de acuerdo con lo expuesto por el referí. No se menciona nunca que haya sido "último recurso", lo cual podría atenuar la penalización.

Desde hace una semana, al menos, que el asunto alcanzó niveles altos de exposición pública, al punto de haber sido uno de los de mayor difusión en los medios de comunicación especializados y por encima del abordaje de cualquier otro tema. Inclusive, el atacante uruguayo tuvo un cambio de posición a partir de la inicial, en la cual había considerado que el hecho había sido fortuito y que - por consiguiente - el guardameta xeneize no debía ser juzgado con severidad. Sin embargo, el viernes pasado hubo un golpe de timón en sus declaraciones y hasta llegó a interpretar que Orión debería cumplir al menos con la mitad de la cantidad de días sin jugar de lo que demandará la recuperación del punta verdinegro; esto es, alrededor de medio año.

También en el mismo plazo, la dirigencia boquense movió contactos e influencias a la búsqueda de hallar un consenso para generar un clima previo que sirviera de herramienta para descomprimir lo que se presume como cosa juzgada. El club de la Ribera sostiene que, si bien la infracción de Orión a Bueno existió, en ningún momento hubo intencionalidad del arquero por provocarle una lesión al delantero. Para fundamentar tal visión, Boca sostiene que el guardavalla salió a cubrir la acción con su cuerpo usando sus extremidades sin que hubiera peligro para el adversario; ergo, la lesión se produjo por una fatalidad.

Es inevitable que la sede máxima de la dirigencia del fútbol argentino sea calificada como una zona de negociación a la hora de que cada club pueda lograr mejores beneficios o, como en este caso, menores perjuicios. Por más que la teoría remita a que es un espacio ideal para que el debate genere las condiciones para llegar a un acuerdo, la realidad indica que las instituciones más poderosas son las que constituyen la fuerza de lobby necesaria para presionar en el momento de las decisiones de peso. En este caso, el Tribunal de Disciplina busca sostener su independencia de criterio y de contestar sólo a través de sus fallos.

El caso en cuestión está salpicado de una mediatización que tal que pareciera que antes del juicio ya hubo una condena para Orión. De ahí que el ente de disciplina afista haya considerado que el método más adecuado para sentar posición era el de alejarse de la urgencia para llegar a un territorio en el cual la fuerza de la razón se impusiera sobre la lógica irracional de las emociones.

No es la primera vez que una situación de esta índole sacude al mundo del fútbol; es más, hubo ya antecedentes claros de hechos tanto o más graves del que ocurrió en el estadio "Hilario Sánchez". Inclusive, el periódico inglés The Times llegó a publicar en su oportunidad un listado de los diez jugadores más violentos del planeta y entre éstos no había ningún argentino.


El matutino le dio preponderancia a la recordada acción en la que el futbolista vasco Andoni Goicoetxea lesionó a Diego Maradona en septiembre de 1984, cuando el diez jugaba para el Barcelona y su agresor, en el Athletic de Bilbao. El astro, por entonces en el blaugrana, fue fracturado en su tobillo derecho por su rival, a quien la publicación británica caratuló como "El carnicero de Bilbao" y el "futbolista más violento del mundo". Dos años antes, Goicoetxea le habís infligido otra dura lesión al volante alemán Bernd Schuster, también perteneciente al equipo catalán.

La regla XII del reglamento que rige al fútbol en todo el mundo es lo suficientemente ambigua como para dejar que el árbitro tome decisiones en una fracción de hasta dos segundos, respetando su autonomía en la aplicación de la ventaja. 

El rugby acude al video reef, el tenis al "ojo de halcón" y el básquet a dos jueces, con el criterio de que el arbitraje logre ayuda en vez de complicarse con un fallo erróneo. El fútbol, en cambio, parece ir de la mano con el estancamiento: las decisiones de la Internacional Board (el comité arbitral de la FIFA) tardan en llegar y demoran años en ser aplicadas por las distintas federaciones; ergo: el error, lamentablemente, pasa a ser parte esencial del juego. 

Si se considera esta variable como incorporada al deporte en si mismo, entonces se convalidaría el criterio de la trampa y el engaño como parte natural del fútbol. Este valor quedó expuesto como nunca en un hecho bisagra: la "mano de Dios" de Maradona contra los ingleses en México'86, la más famosa de todas pero no la única (el fútbol europeo cuenta, al menos, con una docena de estas "manos" memorables, por caso Paul Scholes, Raúl o Thieery Henry entre las más divulgadas). 

El error no puede ser parte indiscutida e inherente al juego, sino todo lo contrario: debe ser castigado en todas sus formas con la aplicación de la ley. 

Si, por ejemplo, un defensor abre sus brazos cuando enfrenta a un delantero en el área, es porque está ampliando el radio de acción de su cuerpo; ergo, si la pelota le rebota en la mano debe sancionarse penal y no dejar pasar el hecho como casual. Idéntico criterio debe prevalecer si es que un atacante provoca el roce físico con un defensor y luego se deja caer aparatosamente: es simulación y debe ser amonestado por fingir e intentar sacar provecho de la situación. 

Es, naturalmente, mucho más sencillo y hasta políticamente correcto abundar en vaguedades de tinte demagógico y oportunista para ocupar el cómodo lugar de víctima. 

Los actores principales del fútbol (jugadores, entrenadores y árbitros) suelen pasar la delgada línea que separa la honestidad del ardid con demasiada frecuencia; se convierten, sin darse cuenta, en propagadores de hechos desgraciados de violencia simbólica y explícita. Y luego vienen las frases altisonantes, deslindando responsabilidades y tratando de sacarse el eventual problema de encima. 

Los periodistas deportivos tampoco somos ajenos a generar climas caldeados y beligerantes; nuestro grado de culpabilidad existe si abundamos en sensiblerías y errores de percepción. Exacerbar el chauvinismo es un golpe artero a la dignidad de la profesión.

Ahora, en el Caso Orión, deben dejarse de lado los prejuzgamientos y las opiniones laudatorias a la espera de que el Tribunal de Disciplina afista tome la decisión que considere pertinente. Será cuestión de días, entonces, para saber si, efectivamente, la justicia deportiva actuó de manera independiente y emitió su veredicto sin presiones políticas. O no.

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