Andrés Bicocca: artista y bonsaísta mendocino

Recorremos la historia de Andrés, un artista seducido por el ‘scratch’ y el arte bonsái. Conocemos sus experiencias y nuevos proyectos.

Por Mariela Encina Lanús

Como artista, eligió crear desde los márgenes. Porque lo seducen dos rarezas: el 'scratch' y el arte bonsai. A ambos universos conecta su pulsión, el DJ y único bonsaísta de Mendoza. Y también a esta charla, en donde, además de introducirnos al arte milenario que practica, cuenta sus nuevos proyectos: radicarse en España y viajar a China.

 "Un bonsai es una combinación de arte, botánica, espiritualidad y consumo"

Andrés Bicocca clava la mirada en la vidriera de Amadeus. El entusiasmo le cosquillea en la sonrisa. Tiene 15 años y le encanta el hip hop; y está a punto de comprar un disco que esperó durante tres meses. Ahora tiene 39 años y toma un café, en un restorán vegetariano. "¿Te acordás? –pregunta- Antes comprar un disco era un ritual hermoso".

Eran mediados de ’90 cuando decidió comenzar a experimentar con el scratch, un género musical que lo seduce hasta hoy y que, una década atrás, lo llevó a vivir en España. Fue en ese viaje, en donde conoció el arte bonsai, la disciplina milenaria que practica desde entonces. A esos dos universos, particularísimos, está conectada su pulsión. Y entre ellos va y viene, guiado por una única premisa:

"No hacer nada que no me guste".

Además de ser un referente del scratching, Andrés Bicocca es el único bonsaísta de Mendoza y uno de los pocos de Argentina. Hasta hace un mes atrás, en su casona de Barrancas, Maipú -construida con conceptos de la arquitectura sustentable-, funcionaban su Escuela y su Museo Olea Bonsai, un paraíso creado con 120 obras cuyos procesos creativos atesoran más de una década.

Hasta Barrancas llegaban bonsaístas de distintas geografías para asistir a los seminarios que dictaba y realizar el recorrido de cuatro horas que suponía su edén.

"Vivir en el campo, en contacto con la naturaleza y los animales –asegura-, nos cambió la vida. Mis hijos tienen la posibilidad de poder pisar el césped, de sentir el olor de la tierra y de escuchar los pájaros". Pronto, la vida está por virarles de nuevo: en diciembre, el artista se mudará con su familia a Málaga, España; en donde piensa abrir su escuela.

Antes le espera un viaje iniciático a China, junto a Santiago, su hijo mayor (11). Lo invitaron a disertar en un Congreso de Arte Bonsai que reúne a expositores de más de 50 países (de Argentina, solo viaja él). "En sus orígenes, este congreso era solo apto para chinos. Sin embargo, como las nuevas generaciones no practican el arte bonsai, en los últimos años decidieron convocar a bonsaístas de otros países. Para mí es una experiencia inédita, que jamás imaginé, y que me 

permitirá acercarme a grandes exponentes de este arte milenario". Lo dice así, como si nada. Bicocca es pura sencillez.

Acá todavía no hay gente que consuma bonsais. El proceso de trabajo de un bonsái es tan complejo y largo que si le tenés que poner un precio, no hay quien lo pague.

El artista fue convocado para exponer sobre “Dramatismo”, la concepción estética desde la cual construye sus obras y que en parte revela en el libro “Bonsai Yamadori. Una nueva perspectiva” (España, 2012). La vida y la muerte conviven en ella. Y la belleza.

Dice, María Godoy (actriz y directora de teatro) en el prólogo: "Estaban allí, ellos vivos y muertos en esa bella danza inmóvil". Dice él: "Desde mi punto de vista en cuanto a formas se refiere, la naturaleza crea obras que son complejas, por momentos irracionales. Es comprensible ya que la naturaleza es libre, sin limitaciones y se ve influenciada por lo que la rodea al igual que un artista. El hombre, en cambio, necesita la aceptación de los demás y eso, en algunos casos, limita; y lleva a crear desde el pensamiento y no desde el alma. El arte al igual que la naturaleza está en constante evolución y transformación; el dramatismo en los árboles es un claro ejemplo".

"El artesano de los árboles" –como lo nombra Godoy en aquel prólogo- explica, pausado, clarísimo: "La madera muerta es un elemento clave en mis bonsai. El tallado me da la posibilidad de transformar el material del que parto para resolver problemas o para dar un cambio en su estructura; intervenir un 'yamadori' dando un toque personal; crear una obra con huellas de la naturaleza y el trazo del tallado de la mano humana".

-¿Cómo pasaste del scratching al arte bonsai?

Cuando estuve en España visité un jardín botánico y vi uno por primera vez. Simplemente me cautivó. Creo que eso se lleva en los genes, vengo de una familia de viveristas, mi bisabuelo y mi abuela; recuerdo haber cuidado el jardincito de mi vieja. El bonsai es una expresión artística muy rara; una mezcla de botánica y arte; algo extraño para nosotros, los occidentales. Cuidar un bonsai es una responsabilidad muy grande, implica cuidar un árbol durante toda la vida.

-¿Toda la vida?

Sí. Para los monjes budistas, el bonsai significaba el contacto con la naturaleza, y los consideraban seres sagrados. Si lo pensás, desde nuestra cultura también lo son: los árboles son el pulmón del mundo. A diferencia de lo que suele creerse, que un bonsai tiene que ser pequeño y nacer de una semilla, los monjes budistas sacaban árboles de las montañas para cultivarlos en macetas en los templos. De allí el significado de la palabra bonsai: “árbol en maceta”. Ellos asumían la responsabilidad de cuidarlos porque los habían sacado de su entorno. Con el tiempo comenzaron a intervenirlos artísticamente. Pero fue en Japón que comenzó su comercialización; por eso se cree que ese fue el origen del bonsai.

Los japoneses comenzaron a reproducirlos en masa, quitándoles su sentido espiritual y artístico. Estamos hablando de cien años atrás.

-¿Y actualmente?

Actualmente, además de los artistas, existen empresas que producen árboles con un material que denominamos comercial y otras empresas que producen y comercializan obras. En este sentido, esto es positivo para los bonsaístas porque existe un mercado que consume sus obras. Y en ese contexto, los mayores consumidores son los coleccionistas.

-¿Existe ese mercado en Mendoza?

Acá todavía no hay gente que consuma bonsais. El proceso de trabajo de un bonsai es tan complejo y largo que si le tenés que poner un precio, no hay quien lo pague. A mí, por ejemplo, no me gusta vender mis obras.

-¿Por qué?

Porque cuando llevás diez años cuidando una obra…

-¿Ese es el tiempo que puede durar un proceso creativo?

En Japón, incluso, hay bonsais que alcanzan los 400 años en maceta sin contar los años que ya tenía ese árbol. Justo hace unos días se vendió el bonsái japonés más caro del mundo: 180 millones de yenes. En sus orígenes, el bonsai era considerado por los japoneses como una herencia. Iba siendo heredado por todos los hombres de la familia; las mujeres no pueden recibirlo. Sin embargo, actualmente el bonsai también es sinónimo de status: solo puede adquirirlo la gente que tiene espacio en su casa para tener uno; por lo tanto, la gente con dinero. Hoy es una combinación de arte, botánica, espiritualidad y consumo.

Cuando estuve en España visité un jardín botánico y vi uno por primera vez. Simplemente me cautivó. Creo que eso se lleva en los genes, vengo de una familia de viveristas.

-¿Cómo desarrollaste este oficio sin vender tus obras y sin que existiera un mercado?

Mi intención fue generar un lugar en donde la gente pudiera, sobretodo, aprender. De allí la escuela y el museo, que era el único de Argentina y tenía una estética autóctona, ya que trabajo con plantas que recolecto de las fincas o de terrenos que están limpiando plantas -jarilla, zampa, molles-. También ofrecía la posibilidad de alojamiento en una cabaña; en el caso particular de aquellos extranjeros que quisieran estudiar la técnica que desarrollo, que es el tallado de madera muerta. Así llegaron personas de Uruguay, Brasil, Chile, Bolivia y de Buenos Aires, en donde hay una movida muy grande. Me iba bien…

Andrés, disertará en un Congreso de Arte Bonsai que reúne a expositores de más de 50 países (de Argentina, sólo viaja él). En sus orígenes, este congreso era solo apto para chinos.

- Pero…

Pero en los últimos dos años, por varios motivos, comenzó a mermar esa afluencia y también sucedió que en 2015 viajé a Barcelona a dar un taller en una empresa productora de bonsais, la más importante de Europa, y descubrí que las posibilidades económicas que tienen los artistas son otras. Y también tengo otro problema: el de preguntarme: ¿esto es todo?

- Me parece que es una buena filosofía…

Tanto con el scratch y el arte bonsai me pasó lo mismo: ambos son oficios que no encajan mucho en Mendoza, que es una sociedad conservadora. Pero a la vez me formé acá, que es un lugar en donde cuesta hacerlo. Me voy contento.

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