Algo más surge detrás de escena

Los tres hermanos varones Ross y los dos Zelaya conocieron a sus esposas bailando en Vendimia y la mayoría sigue compartiendo con sus parejas el escenario del Frank Romero Day. Aunar la vida y la gran pasión por el Acto Central.

En una hoja de cuaderno, pegada en la puerta, se puede leer “Camarín Ross-Zelaya”. Aunque no sólo lo ocupan los tres hermanos Ross -Omar (33), Lucas (31) y Javier (29)- ni los dos Zelaya -Facundo (32) y Tomás (31)-, ellos se han apropiado de ese espacio y les hacen saber, en tono de broma, a los otros dos bailarines que son invitados.

Es que las familias comparten años de bailar juntos, de utilizar el mismo camarín y hasta de hacer el casting juntos, como también su pasión por la danza folclórica y el Acto Central. Pero, además, una tradición que ninguno se animó a romper: los cinco se enamoraron de sus compañeras de baile en Vendimia y se casaron con ellas.

Omar Ross cuenta que empezó a bailar folclore a los ocho años porque en la escuela primaria de Colonia Segovia el profesor de música les enseñaba danza y a tocar la guitarra. Con 13 años, se integró al Ballet Municipal de Guaymallén y al año siguiente participó de su primera Vendimia. Es que entonces, detalla, no se exigía un límite de edad para presentarse y tuvo la buena suerte de que cuando fijaron el mínimo de 16 años, los había cumplido, y lo mismo sucedió cuando se comenzó a exigir una edad de 18 años.

Durante casi dos décadas ha bailado en todos los actos centrales pero aún recuerda que para esa primera aparición ante el público del Teatro Griego Frank Romero Day, en la coreografía de apertura lo paralizaron los flashes y sintió que se quedó así durante 10 minutos, una eternidad, aunque fueron instantes. La pasión que siente por la Fiesta es tal que, para él, el año empieza después de Vendimia.

Tal vez porque el gran festejo de los mendocinos tenía reservada una sorpresa a Omar. Es que si bien ya conocía a quien hoy es su esposa, Gabriela D'Agostino, cuando les tocó bailar juntos descubrieron que los unía algo más que la danza.

De novios y luego casados, compartieron varias Vendimias hasta que llegaron Lautaro (6) y Benjamín (3) y se complicó para ella conjugar trabajo y un mes de ensayo todas las noches. Sin embargo, no han dejado de lado el proyecto de ser otra vez pareja de baile durante la Fiesta.

Una tradición familiar

Cuando los mellizos Lucas y María José Ross cumplieron 11, la madre los llevó, junto con el menor de los cuatro hermanos, Javier, a la escuela de danza de la Municipalidad de Guaymallén. Se trataba de algo casi natural porque el abuelo materno, Juan Giordanino, era un referente de la vitivinicultura en Colonia Segovia, y la mamá, Ana Giordanino, tocaba la guitarra y cantaba tango y folclore. El sueño de la mujer era que alguno de sus hijos bailara en Vendimia pero no imaginó que iban a ser los cuatro y sus tres nueras.

Lucas también ha estado ininterrumpidamente en cada Vendimia desde la primera, cuando tenía 15 años. Pero el tiempo no ha disminuido ese sentimiento especial que tiene por la Fiesta y añade que se refuerza porque la vive en familia. Es que comparte el escenario, además de con sus tres hermanos, con su esposa, Johanna Citón, a quien conoció por casualidad en 2010, ya que les tocaba ensayar en escuelas diferentes pero sus respectivas parejas de baile pidieron cambiar.

Así, terminaron el segundo día de ensayo juntos y luego más allá del baile. La joven, sin embargo, no pudo presentarse este sábado porque la operaron de apendicitis la semana pasada y tuvo que faltar más de los tres días estipulados. “Es raro venir y que ella se quede”, planteó Lucas en medio del último ensayo general.

María José Ross, quien no está en el mismo camarín que sus hermanos pero se las arregla para encontrarse con ellos para poder darles un abrazo y un beso antes de salir al escenario, es quien rompió una parte de este legado.

Por un lado, baila en Vendimia desde los 18, pero por el otro, su esposo no es bailarín. “Para colmo, le gusta en rock”, señala con una sonrisa la joven que de pequeña veía a Omar, su hermano mayor, bailar en el Frank Romero Day con la convicción de que ella también tenía que estar ahí. “Después del baile siempre lloramos. La primera noche es emoción plena”, comenta.

Todo en familia

Facundo y Tomás Zelaya fueron aún más allá que los Ross. También bailan desde pequeños, han superado la década en el Teatro Griego y se casaron con sus parejas de baile. Pero las chicas, Luisina (27) y Lucía Sánchez (31), además, son hermanas.

Facundo cuenta que la madre y las tías los llevaron, cuando eran muy pequeños (5 y 4 años), a la academia de baile que había a la vuelta de la casa, algo que se convirtió en parte de su vida durante toda la infancia. Por la mañana iban a la escuela y por la tarde, dos días a fútbol y otros dos a folclore. Al punto que se recibieron de profesores de danza en el Instituto de Arte Folclórico.

Facundo y Luisina se conocieron en la primera Vendimia para ella, en 2009. La joven había llegado a Mendoza desde San Rafael, donde participó en varias fiestas departamentales, para estudiar. Como quería probarse en el casting y necesitaba una pareja, le pidió a su hermana que le presentara a un compañero y Lucía, quien estaba en el mismo ballet que Facundo, ofició de celestina sin saberlo.

Cuando nació Maite, hoy de un año y tres meses, Luisina no pudo estar en el Acto Central. Pero este año, aunque le cuesta dejarla, volvió a bailar y a caminar los pasillos del detrás de escena con su esposo.

Luego, Tomás y Lucía se fueron conociendo por el vínculo familiar, hasta que un día surgió una cita de a cuatro. Hoy, las dos parejas de hermanos están en Vendimia mientras las abuelas -compartidas- cuidan a Lara (3) y a Maite, las dos primas, durante el mes y medio en que su vida gira en torno a los ensayos y la fiesta.

Siguiendo los pasos

Javier, el más joven de los Ross, cuenta que conocía a su esposa, Rocío Ferrer, del ballet folclórico de la Municipalidad de Capital, pero que el amor surgió en la Vendimia de 2013. En ese momento, Omar y Facundo resaltan que al parecer no aprendió de los mayores, que se habían casado con sus compañeras de baile. Aunque de inmediato reconocen que tal vez sí aprendió y de hecho, les siguió los pasos. “Tenía que ser un amorío de Vendimia”, lanza Javier. Pero fue en plural, porque llevan más de una bailando juntos.

Entre todos detallan que el camarín que hoy ocupan -no logran recordar si hace 8 ó 10 años- era un depósito de utilería cuando se lo apropiaron, con paredes y piso de tablas de madera. Para su sorpresa, este año lo encontraron con nuevas paredes, suelo y luces. Señalan que si bien todos saben que es de ellos, tienen que llegar temprano para asegurarse de que otras personas no lo ocupen.

Como están en familia y con amigos, tienen la tranquilidad de que nadie toque sus cosas y pueden cumplir con la rutina habitual de las noches del Acto Central: comer una picadita de fiambre, con gaseosa, antes de empezar con el ritmo frenético de cambio de vestuario, entre 5 y 9 veces según el espectáculo, y las corridas por la edificación de tres niveles que se encuentra detrás del Frank Romero Day y donde el sonido del escenario se mezcla con las indicaciones del jefe de traspuntes.

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