Acequias, un patrimonio sagrado

La intención de que las acequias sean declaradas patrimonio de la humanidad debe ir acompañada de una voluntad de cambio en su cuidado. Las autoridades tienen responsabilidades pero también los ciudadanos.

El arquitecto, historiador y urbanista Jorge Ricardo Ponte, autor de “De los caciques del agua a la Mendoza de las acequias”, una obra básica en el tema, expresó hace más de una década: “¿Hay algo más mendocino que las acequias?”.

La mención viene a cuento de las justas intenciones del gobierno provincial y de la Municipalidad de Capital para que la Unesco declare estos históricos cursos de agua, que provienen de nuestros antepasados, los huarpes, Patrimonio Cultural de la Humanidad, como lo son en nuestro país, por ejemplo, los glaciares, las Misiones jesuíticas, la Quebrada de Humahuaca o los parques naturales de Ischigualasto.

La importancia de estas venas hídricas no sólo radica en estar unidas a la historia y cultura de los mendocinos sino además por constituir el soporte para la existencia de las otras grandes riquezas mendocinas, el arbolado público y los campos cultivados con la vid, los frutales y las chacras. Sin agua por los pequeños zanjones y canales que atraviesan el Gran Mendoza y la provincia entera, la vida en el territorio semidesértico sería poco menos que imposible.

Otro valor sustancial de las acequias es que han conformado una capital bosque y ciudades del mismo tipo en los departamentos, que nos permite vivir a los que habitamos esos sitios, y además se han convertido en un hecho de atracción para los turistas, principalmente extranjeros que recorren la provincia y que no tienen esta experiencia en sus lugares de origen.

Es probable que la Organización de Naciones Unidas, a la corta o a la larga, apruebe la pretensión cuyana porque no obstante el enorme deterioro de estos cursos, convertidos en basurales, hay todavía un entramado que se conserva con su potencial y servicio intactos. Sin este patrimonio, de hecho el crecimiento logrado por Mendoza a través de generaciones no hubiese sido posible.

En editoriales que este diario ha presentado en los últimos años sobre el tema, siempre se ha insistido en la necesidad de cuidar las acequias, que es lo mismo que decir, cuidar nuestro oro líquido, el agua. Pero, lamentablemente poco se ha logrado en el mandato imprescindible de recuperar la cultura del cuidado de las acequias por parte de los mendocinos.

Algo se ha hecho en las escuelas del ciclo primario, y también en los niveles de la educación media, asumiendo muchos jóvenes el tema y  convirtiéndose en vigías, aunque el esfuerzo estudiantil dista mucho de poder subsanar el crítico problema de que se utilicen las acequias como destino de mugre y basura.

Informes de la Municipalidad de la Capital que no son actuales, por lo que la situación podría ser peor, señalaban  que más de 120 mil kilos de basura y otros elementos se retiran por día de las acequias existentes sólo en esa comuna. Los organismos públicos, como Hidráulica, Irrigación, los municipios, tendrán que ajustar mecanismos y hacer las inversiones para que las pendientes, los trazados y otras cuestiones de este sistema de riego se corrijan y se pongan en valor.

Pero, si el ciudadano común, el habitante de los barrios, el ama de casa, el que va y viene todos los días a su trabajo no lo entienden y comienzan a colaborar no arrojando nada en estas estructuras, como nadie toca una vaca en la India, es probable que corramos el riesgo de asistir al inicio de la declinación de un patrimonio esencial de y para estas tierras. Sin embargo, hay muchas posibilidades de revertir la penosa situación.

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