¿Podrá la comunidad europea sobrevivir al golpe a su proyecto?

¿Podrá la Unión Europea sobrevivir al humillante revés infligido al proyecto de integración que nació de las ruinas de la Segunda Guerra Mundial? En Bruselas la pregunta está en boca de todos.

Aunque no se noten cambios en lo inmediato, la salida de Gran Bretaña, sin precedentes en la Unión Europea, obligará a cambios fundamentales en un bloque a merced de los euroescépticos y presa de múltiples crisis, como la de los inmigrantes o la económica.

El presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, no dudó en hablar del tema esta semana de manera dramática: “Temo que un Brexit pueda marcar no sólo el comienzo de la destrucción de la UE sino también el de la civilización occidental”, dijo al periódico alemán Bild.

Según Tusk, el Brexit “alentará” a todas las fuerzas radicales antieuropeas de la UE pero también a “los enemigos exteriores que beberán champán”.

El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, se mostró menos apocalíptico y no consideró que la Unión esté “en peligro de muerte”, pero reconoció al menos que habrá que tomar nota de las lecciones del referendo británico.

“No creo que la Unión desaparezca de repente. Pero a más largo plazo, podríamos asistir a su lento declive y a la emergencia de algo diferente”, analizó Chris Bickerton, especialista de la UE en la Universidad de Cambridge. Bickerton prevé una deriva hacia una Unión “más flexible”, lo que no será fácil.

“Entramos verdaderamente en territorio desconocido. No creo que los dirigentes europeos hayan creído verdaderamente que el Brexit era posible, en todo caso no cuando negociaban con Cameron, si no habrían cerrado un acuerdo muy diferente”, analizó.

El 20 de febrero, al cabo de 30 horas de negociaciones con los otros dirigentes de la UE, Cameron obtuvo la posibilidad de recortar las ayudas sociales a los inmigrantes europeos, entre otras reformas.

A partir de ahora es un largo y doloroso divorcio el que comienza.

La salida de Gran Bretaña de la UE podría también alentar los llamados a una Europa “a dos velocidades”, la de un núcleo central para una integración “cada vez mayor” alrededor del cual gravitan los otros miembros.

Algunos países podrían gozar de excepciones a la integración, o de cláusulas especiales como es el caso ahora de Gran Bretaña o de Dinamarca en temas de justicia y asuntos de interior. La pertenencia a la moneda única podría ser objeto también de exenciones para los que lo deseen, cuando hoy es obligatoria para los nuevos miembros.

Pero lo que los dirigentes europeos temen sobre todo es “un efecto dominó”. El referéndum británico ya dio en efecto ideas a los antieuropeos. En la extrema derecha, la presidenta del Frente Nacional francés, Marine Le Pen, pidió que se organice en cada país un voto popular sobre la pertenencia a la Unión, y lo mismo hicieron los euroescépticos daneses, holandeses y suecos.

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