“La poesía es una experiencia trascendente”

"Una conversación infinita" (Ediciones Del Dock) es una lúcida reflexión en torno al papel de la poesía y la tarea de escribirla. Entrevista a fondo con su autor Rafael Felipe Oteriño.

Más allá de sus versos, no es habitual que un poeta domine además un genero literario tan delicado y disímil como el ensayo.

Sin embargo, han existido excepciones notorias como el poeta norteamericano T.S. Eliot, autor de “Cuatro cuartetos”, quién con sus libros “Criticar al crítico” o “El arte de la poesía y el arte de la crítica”; cuestionó su experiencia poética, permitiéndose desarrollar sus conceptos hacia otras zonas de autonomía intelectual.

En la Argentina, esta categoría podría estar representada por Rafael Felipe Oteriño (La Plata, 1945), quien acaba de publicar el esperado “Una conversación infinita” (Ediciones Del Dock), una lúcida reflexión en torno al papel de la poesía y la tarea de escribirla.

Su estilo narrativo consiste en una equilibrada conjunción entre claridad y lucidez para ofrecer cuestionamientos estéticos contundentes.

Sin caer en simplificaciones y con una sensibilidad imparcial, Oteriño reelabora contenidos sobre el misterio de la poesía y su lenguaje a través de una prosa crítica que se halla en continua tensión; dando cabida a un tipo de ensayo donde no hay palabra, frase o expresión que sea fruto del azar.

-"Una conversación infinita" podría leerse como una autobiografía encubierta. ¿Cómo surgió la posibilidad de componer un libro de estas características?

-Sí, en efecto, si por autobiografía entendemos los caminos recorridos, las lecturas realizadas, los autores que fui descubriendo y que con su lección me enseñaron a despejar dudas y sortear inconvenientes con respecto a la escritura de poesía. También está el registro de zonas esclarecidas y varios ejercicios de admiración.

En cuanto a la composición del libro, fue la reunión de piezas en las que venía reflexionando sobre el papel de la poesía y sobre la tarea de escribirla, con algunos homenajes a poetas que forman mi canon y a otros que me acompañaron con su amistad.

-La relación de la poesía con el lenguaje no es simple. Afirmás en uno de tus ensayos, que algunas palabras son "portadoras" de una "temperatura", antes que de un "significado". ¿Podrías glosar esa idea?

-El poeta no dice más de lo mismo: dice lo otro de lo mismo.  No tiene como finalidad contar ni describir algo preexistente, sino poner en acto una operación de lenguaje que lo resignifica.

Su desafío consiste en darle voz al secreto de los hechos, a lo amenazado por la insignificancia. De tal manera, no siempre opera el lenguaje de conformidad al uso corriente, sino también de acuerdo a un uso figurado –por su destello, rapto o temperatura emocional- que trae a la superficie eso que permanecía oculto o soslayado.

-Excelente la cita que incorporás de Frost, "la poesía sostén momentáneo contra la confusión". La vida es caos, pero algunos versos de Dante, los sonetos de Banchs o de Shakespeare, los Cantos de Pound traen la posibilidad trascendental de esclarecimiento. Lo que me lleva a preguntarte sobre el valor religioso que ocupa lo metafísico en tu obra poética.

-“Lo que está más allá de la palabra del hombre nos habla elocuentemente de Dios”, escribe Georges Steiner, y lo suscribo. La poesía es una experiencia trascendente, aunque más no sea por el hecho de que lo desconocido es más grande que lo conocido.

El poeta somete el lenguaje a pruebas extremas, giros audaces, metáforas, retruécanos y sinonimias, a fin de alcanzar un horizonte que se encuentra en el límite de las palabras y que en la sintaxis escuchamos como perteneciente al mundo natural. “Ver en la muerte el sueño,/ en el ocaso un triste oro…” escribe Borges instituyendo una realidad/otra.  En un mundo sobrecargado de palabras, el poema es siempre una epifanía.

-Hallar una voz propia es saber responder a la temida pregunta: "¿qué he venido ha decir?"

-Es el primer paso para saberlo. Hallar la voz propia es contar con el instrumento adecuado –las palabras, un repertorio de imágenes propias, recuerdos que se imponen por su valor simbólico, alguna experiencia desarrollada con el lenguaje- a fin de comprobar las posibilidades que nos otorga este venero.

La voz propia se convierte, de tal modo, en la llave para conocer la latitud de nuestra búsqueda y la naturaleza de nuestros hallazgos. Da la dimensión y el carácter de lo que podemos decir. Luego vendrá la prueba más difícil: comprobar si el lector lo comparte, haciéndolo suyo.

-Un error común es creer que el lenguaje poético y el comunicativo son una misma cosa… ¿Por qué creés que este error es tan común?

-Pienso que por la larga tradición -primero, de la épica; luego, de la juglaresca- que veía en el poema un instrumento para contar historias –al cabo, para entretener e informar-, y que todavía tiene seguidores en quienes no acompañaron los cambios de este lenguaje en estado especial.

También por influjo de la razón prosopopéyica, hímnica, que veía en el poema un dispositivo apropiado para celebrar personas y episodios.  Creencia que pierde de vista que el lenguaje poético instaura una nueva realidad de sentido y sonido (cuyo fin no es la de ser práctica ni utilitaria), mientras que el lenguaje comunicativo tiene como principal función la de ser conducente, precisamente, a finalidades prácticas y utilitarias. Un poema no se escribe para describir una historia, sino para exponer esa historia en sus virtualidades inexpresadas.

-¿El horizonte del poeta está constituido únicamente por las palabras?

-Sí, el horizonte inmediato, en tanto que escritor y en la medida que las palabras son el medio con el que busca conformar la pieza verbal y escrita que dé significado a los hombres, a las cosas y a las relaciones humanas. Mas esto no borra que el horizonte mediato está constituido por esa terra incognita que, a modo de desafío e interrogación, lo acucia, lo conmueve, lo desvela, para que le dé asiento y realidad en las palabras.

-¿Por qué la poesía no puede ser verificable? ¿Por qué no puede cumplir dicha exigencia?

-Precisamente, porque trabaja con lo imponderable, para darle fijación en las palabras; con lo no nacido, para que nazca; con lo improbable, para que tenga carnadura entre las demás cosas existentes. Y nada de esto tiene un correlato objetivo y anterior al poema. El poema es una intensificación de la vida (o de alguno de sus momentos) y no la rima de sus componentes.

No es mejor o peor, verdadero o falso, porque guarde relación con algún modelo exterior. Saturado por la ambigüedad que es propia del lenguaje, contradiciendo cualquier semejanza, su legitimación es en primer lugar artística. Es un acto de fe. De ahí que conserve (y no sin discrepancia) el calificativo de “creación”.

-¿Podríamos considerar este libro como una defensa de la poesía?, ¿por qué?

-Sin dudarlo. Como tarea de esclarecimiento y puesta en claro (al menos en mi intención) de lo que es la poesía como articulación de lo humano, y del papel que cumple (o puede cumplir) en la composición e inteligibilidad de este mundo.

Con su polisemia, ganando en extensión y profundidad, la poesía salva a la realidad –y al lenguaje, en primer lugar- de los peligros del adocenamiento, la trivialidad y la apariencia. Y esto debe ser recalcado una y mil veces, a fin de relevarla de las funciones decorativas, ocurrentes, de juego lábil o meramente festivas (en el peor de los sentidos) que con tanta liviandad suelen adjudicarle.

-En "Sobre el verso libre", tratás el tema del verso blanco. ¿Qué soluciones formales presenta este tipo de composición poética, hoy por hoy, en pleno siglo XXI?

-En poesía no hay distancia entre lo dicho y su realización. Por el contrario, el cómo es dicho funda el contenido de lo dicho. En un momento, la forma estricta fue una barca en la que se transportó información, glosa, memoria; esto es: contenidos.  Dicha forma estricta (regida por preceptivas) le dio al poema un componente ineludible para su memorización. Luego, el poema se fue desprendiendo de esta modalidad y concentró su valor en la palabra y su polisemia.

Y eso fue un gesto de autonomía. Hoy el poema, ya sea de forma estricta (sujeto a prescripciones) o de forma libre (no medido en términos uniformes) o blanca (sin rima ni ecos premeditados) centra su valor en el acontecimiento de lenguaje que pone en marcha, de la mano de un componente no menos relevante: su composición visual (que no es otra cosa que su organicidad plástica).

Y su carácter  no está dado por la maestría lingüística de un conjunto de palabras que suenen bien, sino por los factores  intensidad, concentración y rapidez, que en su conjunto conforman otro no menos relevante: la inevitabilidad (que lo dicho no pueda ser expresado de otro modo, que lo dicho no nos deje indiferentes).

-Rafael, estamos adentrándonos en el 2017. En esta contemporaneidad tan cambiante, frente a las formas efímeras del lenguaje comunicativo (Twitter, los correos SMS, el intercambio de selfies), ¿quiénes son hoy los aliados de la poesía?

-Paradójicamente, en un mundo que hace creciente abandono de la lectura, esos soportes efímeros, esos resortes instantáneos de la comunicación, esos vínculos sin arraigo que se multiplican sin cesar, pueden convertirse –quiero pensarlo- en los nuevos marcos de esta palabra acosada por el silencio y la charlatanería.

No debemos perder de vista que se trata de herramientas, utensilios (aunque muchos los vean como fines), y si algo muestra la historia es el peso de la inevitabilidad (y hoy los productos de la técnica parecen tener esta condición).

Me permito entonces pensar que, cuando cese la novedad y tomen su verdadera función instrumental, estas formas hoy efímeras del lenguaje comunicativo pueden llegar a ser los nuevos portadores de la cultura hoy amenazada por la frivolidad y el descarte.

En los comienzos de la era Gutenberg se produjo el cambio de la lectura de unos pocos en voz alta por la lectura masiva y en voz baja. Y se creyó que el cambio aparejaba la pérdida de una autoridad sapiencial. Pero las pruebas demostraron que, aun a espaldas de aquella voz canonizada por décadas de prestigio eclesiástico y universitario, la cultura se expandió.

En esta dirección, si hemos de pensar en “aliados” de la poesía, debería apuntar la capacidad del hombre contemporáneo para captar lo fragmentario dentro del conjunto, la simultaneidad en lo temporal, la variación en la síntesis.

-La poesía no nos saca del mundo, está claro, pero hace la vida sustancialmente más intensa. ¿Sería desacertado considerarla un ejercicio de evasión?

-Mejor sería decir: un ejercicio de exploración de algo que está allí, enmascarado, todavía no pronunciado. Y, asimismo, de sutura, puesto que, nacida en contraste con el silencio –para que éste no tenga la última palabra- la poesía también está llamada a guardar el silencio. Pero la pregunta lleva a otra más difícil de responder: ¿por qué el hombre hace arte?

Y no tengo otra respuesta más que la de decir que esto ocurre porque siente que hay algo más –mucho más- y quiere comunicarlo. O dicho de otro modo: porque tiene conciencia de que existe el otro.

La creación poética no es un ejercicio de evasión (aunque en su génesis haya juego y fiesta, y que su realización depare un efecto de liberación). El poema –debemos recordarlo- siempre habla a alguien y sobre algo.

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