¡Argentinos, a las cosas!

Podríamos definir a la historia argentina como una sucesión de desencuentros. Donde el principal desfasaje se manifiesta entre lo que somos y lo que deseamos o creemos ser. El ingrediente principal de esta fórmula frustrante parece ser nuestra incapacidad para unirnos. Durante la primera mitad del siglo pasado el filósofo español Ortega y Gasset visitó en varias oportunidades Argentina y advirtió la naturaleza fraccionaria que nos distingue.

Ortega definió a los argentinos como una especie de eterna promesa. Similar a la Pampa cuyo fin no alcanza a ver el viajero, pero que se presenta como eso: una promesa inmensa. El español describe a una sociedad en crisis. Incapaz de  "ocuparse" y "resolver", en conjunto, aunque individualmente brillantes. Esta característica se presenta en el seno de nuestra primera gran grieta: Unitarios y Federales.

Las memorias de La Madrid, Iriarte, Paz -entre otros testimonios contemporáneos- manifiestan un fuerte recelo mutuo que explica, en parte, la atomización que benefició a Rosas durante años. La Madrid envió circulares a las provincias advirtiendo que el ejército de Lavalle era destructivo, por su parte Paz opinaba que este último lo envidiaba y Guillermo Brown renunció a la facción lavallista principalmente porque sus pares se referían a él con frases despectivas.

Como vemos, estos grandes generales no solamente carecieron de recursos para imponerse a Buenos Aires. Sin capacidad para obrar en conjunto, quijotearon durante años por estas tierras, enfrentándose a molinos que siempre los vencían. Fue Urquiza quien logró acaudillar a un país harto de Rosas. Tuvo éxito porque actuó como puente entre ambas argentinas. No podía ser otro, él mismo conformaba una especia de mixtura "bárbara" y "civilizada".

Luego de Caseros buscó imponerse, reabriendo "la grieta" durante años, pero supo dejar de lado sus ambiciones a tiempo. Terminó recibiendo a Sarmiento, fundiéndose ambos en el primer gran abrazo que nos envolvió a todos. Poco después pagó con su vida ese acto de templanza patriótica: el fanatismo estéril de turno lo tildó de traidor al partido y se vengó consecuentemente.

Hoy, sólo sus comprovincianos parecen recordar a Urquiza. Vemos allí otra flaqueza nacional: además de fanático, somos un pueblo ingrato. El mismo que dio la espalda a Belgrano y a San Martín, que bastardea las obras de Sarmiento y Roca o que no puede reconocer en Perón nada bueno, culpándolo de males que arrastramos desde la Colonia.

Analizando nuestro pasado, con muchos más ejemplos que los detallados, observamos una grieta constante. La crisis parece ser recurrente, inherente a nuestra nacionalidad. Hemos vivido a la sobra de siglos enteros discutiendo, odiándonos. Desde la perspectiva histórica el domingo dimos un gran paso, que va más allá del resultado y de quien logre alcanzar la presidencia. Estamos en las puertas de un nuevo ciclo. Porque otra vez -como en tantas otras oportunidades- nos hartamos.  Nos cansamos del maltrato, de odiarnos.

Ortega y Gasset amaba Argentina, le fascinaba y desde ese cariño nos invitó a ser mejores. Sin duda es un gran momento para escucharlo, unirnos y ocuparnos:  "¡Argentinos, a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que daría este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal"

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